Somos leyenda

martes, 17 de julio de 2012

―¡Corre! ―gritó Drak mientras murmuraba un hechizo y cubría nuestra retirada de la mejor manera posible. No podía decir que no estaba asustada, aunque la correcta emoción habría sido la de la habitualidad. Estaba amargamente acostumbrada a esta clase de situaciones, pese a que no dejaban de ser desagradables.

Me moví con agilidad, evitando la ráfaga de flechas y disparos que caían sobre nosotros, más angustiada porque Drak pudiera resultar herido ―aunque era prácticamente imposible― que el hecho de que yo también estaba en riesgo. Las voces de los aldeanos exigiendo nuestra sangre me distraía lo suficiente como para no pensar en finales hipotéticos.

Correr. Correr. Correr. Una suerte de cólera sorda devoraba mis pensamientos más profundos. ¿Por qué teníamos que correr como perros asustados? ¿Por qué no podíamos luchar?
«Podríamos matarlos a todos». Claro que podríamos. Solo bastaría detenerse en aquel preciso momento, enfrentarse a aquellos hombres ignorantes y… «No».
 
―¡Eboly! ¡A un lado!

Sentí solo un empujón mientras ambos caíamos entre los arbustos, rodando cerro abajo con violencia. Maldije a Drak por lo bajo mientras intentaba sujetarme de cualquier cosa; fue completamente en vano: ambos rodamos y terminamos chocando contra el suelo como dos rocas caídas.

―Maldición… ―gruñó Drak por lo bajo mientras se arrodillaba en el suelo y se tocaba un brazo―. Ugh.

Jadeé mientras me recostaba por completo en la tierra, sintiendo que algo en mi abdomen se movía de forma antinatural. “¿Una costilla rota?”. Volví a soltar un suspiro doloroso y procuré incorporarme rápidamente, aunque eso solo causaba más dolor. Adopté la misma postura que Drak, quedando de rodillas, abrazando mi abdomen y respirando ruidosamente.

―Ebony… ¿Estás…?

―Dame un minuto.

Gruñí por lo bajo y traté de buscar con mis manos la parte herida; quizás podría volver a su lugar el hueso que ahora me estaba molestando. Solo tenía que tener paciencia y encontrar el sitio exacto…

―Ebony. ―El tono aprensivo de Drak me hizo levantar la cabeza un momento―. Vamos, déjame ver.

―No.

Rodó los ojos y con suave firmeza, apartó mis manos. “No hay nada que ver, genio”, le dije mentalmente, pero no me hizo el menor caso y se ocupó de deslizar parte de mi ropa hacia arriba para dejar expuesta un pedazo de piel ennegrecida por un amplio moretón.

―Auch ―me quejé cuando tocó, manoténadolo al instante.

―Tienes cerca de dos costillas rotas.

―¡No me digas!

―No es gracioso.

―Nunca dije que lo fuera.

―¿Realmente estamos discutiendo por esto?

―Ya, vamos, si nos quedamos mucho tiempo aquí puede que nos encuentren. ―Apretando los dientes y esforzándome por que el paranoico a mi lado no se diera cuenta de cuánto me molestaba la herida, me incorporé del todo y miré por encima de mi hombro―. En marcha, tenemos que llegar a la Cueva.

Vi que él quería protestar, pero una mirada fue suficiente para hacerle desistir de sus propósitos. ¿Qué iba a hacer por mí? ¿En qué iba a ayudarme que nos quedáramos más tiempo en ese lugar? Si quería descansar y sanarme, teníamos que llegar a la Cueva y quedaban bastantes horas de eso.

―¿Pudiste localizar a Harapos? ―le pregunté mientras él revisaba por última vez el perímetro, intentando asegurarse ―en vano― que nadie nos estuviera siguiendo. Él me dedicó una mirada algo más seria y le sonreí, tratando de parecer casual―. ¿Qué? ¿Has visto la ropa que lleva?

―Su nombre es Parat y no, todavía no he podido contactarle. ―Sabía que estaba preocupado, podía casi palparlo en el aire, pero tampoco tenía palabras de consuelo que pudieran servirle―. Vamos.

El camino era agotador y bastante largo, pero a la vez era nuestra única opción. Ambos estábamos cansados y heridos, aunque, pensaba, siempre podría ser peor. Siempre podíamos haber muerto en la última emboscada o en la próxima o en la siguiente a aquella… Ese era el problema de ser unos marginados: nunca sabías de dónde provendrían los puñales, pues todos parecían más que dispuestos en clavar los suyos en nuestras espaldas.

Pese a todo, no me arrepentía ni un ápice de todo lo ocurrido. La Crisis de la Plata, las huidas, las luchas contra nuestros enemigos, la continua incertidumbre en cada pueblo que visitábamos… todo tenía un sentido. No habría cambiado nada de nuestra historia, pese a que había sido dura y sufrida. Nada… absolutamente nada…

Parecía estar algo más débil ahora… algo más somnolienta…

¿Ebony…?

Pero no cambiaría…

… absolutamente…

… nada…

―¡Eh, bruja, despierta!

Abrí los ojos de golpe, incorporándome violentamente de dónde fuera que estaba acostada. Un quejido me detuvo a mitad de camino y me llevé una mano al abdomen, apretando los dientes al sentir un dolor ardiente atravesándome. Una risa gutural, pero extrañamente infantil acompañó a mis movimientos.

―Sabía que harías eso ―dijo Harapos, también conocido como Parat, el pequeño elfo ladrón que había sido nuestro parásito durante semanas.

No le presté demasiada atención y traté de identificar dónde me encontraba. Si aquel mocoso estaba allí, quería decir que estábamos a salvo, aunque nunca podría asegurarlo. ¿Dónde estaba Drak? ¿Cuándo me había desmayado? ¿Dónde estábamos?

―¿Me extrañabas? ―preguntó una voz que inmediatamente atrapó mi boca en un beso estúpido que rechacé con un empujón―. Esto es amor ¿verdad?

―Drak ―susurré con seriedad, pero una sonrisa juguetona y un ligero rubor se insinuaba en mi rostro―. ¿Dónde demonios estamos?

―¡Ajá! ¡Esa es la pregunta correcta! ¡Demonios! Creo que has dado en el clavo, sombra de la oscuridad ―exclamó Parot―, porque ya hemos llegado… a la Cueva del Noveno Infierno. Hogar dulce hogar para ti ¿eh?

Así que ahí estábamos. Rápidamente Drak me puso al día. Me había desmayado por los hematomas, ya que aparentemente una de mis costillas decidió bailar ballet en el interior de mi cuerpo y me había provocado daños internos que ahora estaban en vías de sanar. Me había desmayado en medio del camino de forma abrupta y Drak ―un caballero errante, sin duda― me había cargado hasta la Cueva, pese a sus propias heridas, donde junto con Harapos habían logrado juntar Ki ―je, energía, pero le daba más estilo decirle “ki”― para mejorarnos.

Mis ojos se entornaron ante la mención de aquel lúgubre lugar. Pese a que aquel era nuestro destino final en cierto sentido, no me tranquilizaba del todo estar allí, indefensa y sin saber qué sucedería a continuación. La Cueva del Noveno Infierno había recibido su nombre de los aldeanos que alguna vez poblaron esa estepa árida por la alta temperatura que se producía en su interior y los gruñidos que en ocasiones ―una vez cada 17 días― se dejaban oír por toda la tierra.

―¿Es en serio? ―salté de repente, profundamente enfadada―. ¿La Cueva del Noveno Infierno? ¿Qué nombre idiota es ese?

―Oh, aquí vamos otra vez ―se lamentó Parat, sentándose en una roca y tomándose la cara con las manos―. ¿Por qué no simplemente dejas que fluya la aventura?

―¡Porque es ridículo! ―exclamé―. ¡Esta chica nos ha hecho huir por medio país, me ha acuchillado, me ha quemado, me ha roto las costillas, me ha hecho parar en una cueva asquerosa con tu apestosa presencia y ahora va y dice el nombre más estúpido que he escuchado! ¡Me niego a ser su personaje!

Vi a Drak suspirar. No era la primera vez que tenía esos berrinches ―oh, vamos, ¿por qué pones la palabra “berrinches”?―, por lo que mis compañeros ya estaban más o menos acostumbrados a tratar con ellos. No entendía en realidad por qué ellos estaban tan tranquilos con todo aquel sinsentido. Quizás podía justificar a Drak… era un guerrero mítico, acostumbrado a lo imposible y a las hazañas del destino: no le molestaba que ese destino a veces tuviera la cara de una adolescente amargada que movía los hilos de su vida con un ritmo incoherente.

¡Pero a mí sí me molestaba!

―Harás que venga ―dijo Drak con una sonrisa condescendiente―. No querrás eso. La última vez estuvimos cerca de un mes tratando de recordar dónde estábamos y qué teníamos que hacer.

―¡No me importa! Quiero que piense bien lo que pone. ―Me crucé de brazos, molesta―. Son nuestras vidas. ¿De verdad no les importa que sea una basura intragable?

Harapos se encogió de hombros, rascándose los pies con una mirada indiferente en su rostro sucio. Era el único elfo de todo el mundo que no tenía ningún sentido de la decencia, la elegancia y el aseo; más bien parecía un perro callejero con orejas puntiagudas y un cuchillo entre las botas. Aquel no era un mal personaje: indigno, sí, pero tenía su gracia ¿no? ¿Por qué yo tenía que ser la misteriosa chica, cuyo propósito es indefinido?

―¿Podemos seguir el viaje? ¿Por favor? ―protestó Parat, cruzándose de brazos frente a mí. El enano no me llegaba ni a la cintura ―lo que tampoco era algo especialmente bueno―, pero su mirada de mocoso desafiante era francamente risible. Drak estaba apoyado contra una pared, también con los brazos cruzados y los ojos cerrados, como aguardando a que las cosas se normalizaran.

―¿No vas a decir nada, querido? ―Aquella última palabra me salió casi como un escupitajo. ¿Por qué nunca me apoyaba? ¿No se suponía que era el amor de mi vida? ¿O por último, un buen compañero de armas?

―Nop. ―Negó con la cabeza―. No está en mi libreto. Debo jugar al indiferente enamorado distante por ahora. Así que continúa.

―Quejica… ―susurró una voz femenina en el aire.

―¿Cómo te atreves a llamarme quejica? ―grité a la nada, sabiendo que ella me estaba escuchando―. ¡Esta historia es una mierda! ¡Vamos, haz algo decente!


***

―¡Corre! ―gritó Drak mientras murmuraba un hechizo y cubría nuestra retirada de la mejor manera posible. No podía decir que no estaba asustada, aunque la correcta emoción habría sido la de la habitualidad. Estaba amargamente acostumbrada a esta clase de situaciones, pese a que no dejaban de ser desagradables.

―Oh, tienes que estar bromeándome ―dije entre dientes, mientras corría como estúpida, mientras ahora nuevas lenguas de fuego y rayos eléctricos caían sobre nosotros como una tormenta enfurecida―. ¿No podías hacerme olvidar por lo menos? Y todavía me duele… ¡Me vengaré!

―¡Hey! ¿Qué hago yo aquí? ¡Esto es injusto! ¡Voy a matarte, bruja! ―exclamó Parat, mientras se encaramaba a mis hombros tratando de esquivar unos extraños escarabajos negros salidos de una imaginación poco justa con nosotros―. ¡Esto es tu culpa!

Drak, pese a todo, sonrío enigmáticamente. Suspiró por lo bajo mientras murmuraba otro conjuro para protegerlos a todos de aquella nueva furia desconocida. Siempre era exactamente lo mismo; aquel era su destino… esperaba que algún día lograran pasar más allá del Desierto de las Calaveras, allí habían estado tan cerca… Quizás en otra historia ¿no era así?

En algún otro lado, una sonrisa aparecía en los labios de una pequeña titiritera al colocar el punto final.

Suerte para la próxima, chicos.

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