¿Qué fue ese ruido?

lunes, 17 de septiembre de 2012


Nota de la autora: Tenía que subirlo tarde o temprano ¿no es así? Todavía hay muchas partes que no me convencen, pero para retomar el ritmo de "cosas cada vez más extensas", no está mal. Un camino de mil millas se empieza en un solo paso. Espero que quien lea, disfrute. ¡Un saludo! Especialmente para ti, querido fantasma.

***

Estaba completamente sola.

Daniela había estado esperando ese momento durante gran parte de la mañana, por lo que cuando comprobó que su madre se alejaba por la calle desde el visillo de la ventana, hizo lo que toda adolescente normal haría: ¡puso la música a tope!

No obstante, en su caso era algo distinto, ya que no tenía un equipo y parlantes para hacer explotar sus oídos y alertar a todo el vecindario: en su lugar, desenredó sus fieles audífonos y subió el volumen de su reproductor de música al máximo de su capacidad. ¡Solo así se podía disfrutar de la música! La canción Indestructible del grupo Disturbed comenzó a golpear sus tímpanos sin piedad y no pudo evitar que su extraña manía de moverse sin un patrón definido por toda la casa se apoderara de su cuerpo. No era bailar. Era simplemente moverse y darle forma a las historias que creaba su imaginación; era ver cómo la ciudad azotada por la lluvia, tenebrosa y peligrosa comenzaba a alzarse en su mente.

Era sentir el fuego de los incendios desafiando el clima, escuchar las sirenas sonando y ver cómo los autos hacían chirriar los frenos contra el asfalto húmedo en medio de las persecuciones. Era algo bastante absurdo, a decir verdad, pero aquella canción la transportaba a una ciudad oscura y agresiva, hostil a los intrusos, que defendía con garras siniestras su territorio. Era una ciudad emocionante y tenebrosa.

Pero tenía un vigilante, un destructor igual de oscuro que su ciudad que la miraba con ojos penetrantes, advirtiéndole del peligro y apartándola de su camino. Daniela bajó con prisa las escaleras de su casa al sentir que el ritmo se aceleraba, para balancearse ―sin demasiado ritmo― con cada acorde de la guitarra y con el retumbar de la batería.

How I become indestructible…

El volumen parecía reventarse en sus oídos y sus audífonos ―reparados con habilidad por su hermano menor, luego de que sufrieran el inevitable “Síndrome de Se Escucha Por Solo un Lado”― hacían su mejor esfuerzo por impedir que cualquier otro sonido perturbara el ambiente; era lo que su madre llamaría “tarrería sin sentido”, aunque lo más probable era que intentara arrancarle los aparatos de las orejas si se llegaba a enterar de que le gustaba escuchar la música ―y esa música― tan alto.

A veces incluso bromeaba respecto de todas las cosas extravagantes que podrían ocurrir sin que ella se enterara por culpa del volumen estruendoso en que escuchaba la música. Muchas veces, su hermano había estado a tan solo centímetro de distancia, gritándole cosas y no había captado una sola palabra, situación que, por supuesto, solía meterla en problemas. Pero valía la pena.

Daniela ni siquiera cantaba. Se limitaba a mover la boca mientras se movía y gesticulaba con exageración, segura de que nadie la estaba viendo. Volvió a subir al segundo piso, mientras cambiaba la canción, terminando la anterior con una pose que habría hecho morir a carcajadas de risa o lástima a cualquiera que la pudiera bien. Por eso esperaba a quedar sola para montar esa clase de espectáculos, recorriendo cada rincón de su hogar en su frenesí.

Help me believe it’s not the real me!
Somebody help me to tame this animal!


En aquel preciso instante, la puerta de la casa se abrió de improviso. No fue un golpe demasiado fuerte, pero sí era la clase de sonido que hubiera alertado a alguien que hubiera estando prestando atención. Alguien que hubiera notado que ese ruido era todo menos normal. Alguien como Daniela, excepto que ella no estaba haciendo nada de lo anterior.

Cuando los tres individuos entraron, lo hicieron procurando hacer el menor ruido posible, como era evidente. Sabían que todo lo valioso estaba en el primer piso, por lo que empezaron a moverse con rapidez, tratando de evitar hacer desorden y alertar a cualquiera del barrio de su presencia.

―Hay alguien arriba ―apenas susurró uno de los tipos. Los otros dos se miraron y lanzaron garabatos entre dientes. ¡Se suponía que la casa estaba vacía! Para variar, los datos que les habían dados eran inexactos: pero, ¿qué se podía esperar de un vago de barrio? Trataron de comunicarse sin hablar, dispuestos a salir corriendo de inmediato, cuando escucharon pasos en la escalera.

―¡Mierda! ―soltó uno sin poder evitarlo.

Daniela frunció el ceño y desconectó sus auriculares por un segundo. ¿Había escuchado a alguien hablar? Insegura, la chica apagó el reproductor un segundo y se quedó escuchando. Salió de su habitación con calma y miró desde la barandilla de la escalera cómo su gata bajaba con “mucha delicadeza” los peldaños que crujían bajo su peso. Rió por lo bajo y volteó para regresar a su habitación.

―¡Gato malo! ―rió y volvió a prender la música.

Los tres ladrones del primer piso se habían quedado paralizados al oír a la chica hablar. En ninguno de sus planes habían contando con que hubiera alguien en la casa: ni siquiera habían traído armas. Evidentemente, habrían podido reducir a la adolescente sin problemas, pero si llegaba a gritar y alertaba a todo el mundo… Los tres notaron la mirada asustada y confusa de la gata que se había quedado estática en uno de los escalones y lentamente, comenzaron a recobrar el senido.

―Nos rajamos ahora ―dijo uno de los tipos, el más bajito y “choro” de los tres―. ¡Muévanse, hijoputas!

Se notaba que los otros dos querían protestar, pero luego de unos segundos de insultos, amenazas entre dientes y miradas más que elocuentes, la pandilla se dirigió hacia la salida, donde la puerta ―antes forzada― les esperaba para franquearles el paso. Solo un par de brillantes ojos verdes observaron la huida de los tres sujetos. Lástima que pertenecieran a alguien que no podía hablar.

Y Daniela, por cierto, continuaba en el segundo piso, sin enterarse de nada en lo absoluto.

***

“I wake up every evening with a big smile on my face
And it never feels out of place.”


Los pies de la chica marcaban el rítmico “tum tum” de la canción, mientras la voz del vocalista cantaba para ella, llevándose todos sus pensamientos y precauciones. De soslayo, observó la hora en el gran reloj de la pared y, contenta, comprobó que todavía tenía mucho tiempo. «Nada como tener la casa para mí sola», pensó bastante animada.

No obstante, en apariencia, era la única persona en el mundo que creía que en esa casa estaba ella. Gala, la pequeña ―o no― guardiana felina que había presenciado el pintoresco intento de robo, olvidó en cuestión de segundos que tres amenazantes violadores de su territorio habían estado allí hacia tan solo pocos instantes. La puerta, esa cruel y odiosa rival que la privaba de la libertad y la felicidad absoluta del exterior, estaba abierta de par en par y esperándola con los brazos abiertos.

«Esta es la mía», pensó la gata. Miró con recelo a su alrededor, preguntándose dónde estaría la trampa de ese regalo y comenzó a avanzar con lentitud hacia ella. ¿Acaso se cerraría la puerta en cuanto intentara atravesarla y le golpearse su nariz? ¿Alguien estaría esperándola al otro lado para asustarla? ¿Estaría lloviendo…? ¿Sería una ilusión?

Con paranoia, avanzó con excesiva calma y asomó sus bigotes al frío de afuera, esperando cualquier señal.

―¿Hay alguien ahí? ―preguntó con el tono de voz más duro, grave y profundo del que fue capaz. No tuvo demasiado éxito en sonar ruda, pero el solo hecho de hacerlo le dio confianza. Una vez que reunió la suficiente confianza, corrió hacia el patio y olisqueó el pasto para empezar con su difícil y selectiva tarea de encontrar el mejor para comer, a la vez que respiraba el aire puro que le brindaba ese pequeño paraíso.

Concentrada en su tarea, no reparó en que a su alrededor todo estaba en silencio y que su salida no estaba coronada por un coro infernal de pajaritos, ¡los más crueles de la creación! No había nadie allí y solo se escuchaban sus pasos amortiguados. ¡Ni un solo pío, ni un solo revoloteo de esos mensajeros de Satán! Si la sorpresa de haber podido salir sin problemas no hubiera sido tanta, se hubiera dado cuenta de ese detalle.

O de otro mucho mayor que, agazapado en un rincón del patio, la miraba con un par de aguados ojos más verdes que los suyos. Gala ―o “gato malo”, nunca supo en realidad cuál era su verdadero nombre― sintió que su cuerpo le avisaba de algo extraño y se removió incómoda mientras trataba de masticar una brizna de pasto.

―Eres una gasta bastante descuidada ―dijo el enorme dragón albino con una risa cobriza y burlona, sacudiéndose un poco en su lugar.

―¡¡Aah!! ―chilló Gala, saltando en cuatro patas al sentir cada pelo y nervio de su cuerpo levantarse y tensarse contra su voluntad―. ¡¿Quién eres?! ¡Qué haces aquí? ¡Ya van a llegar, tienes que irte! Además yo llegué primero y…

El monólogo entre temeroso y autoritario de la gata se interrumpió de golpe cuando el enorme dragón alzó sus alas y avanzó unos pasos para tratar de estirar los adoloridos músculos que llevaban bastante rato contraídos. «Va a comerme» fue el automático pensamiento, absurdo, de la gata, quien pese a todo, no lograba ordenarles a sus patas que corrieran… «No va a caber en la casa, si llego al sillón me libraré… ¡Y los pájaros! ¡Nunca me creerán! ¡Me molestarán de por vida!»

―Este lugar es muy pequeño ―se quejó el dragón mientras resoplaba y gruñía, aún incómodo―. No hay espacio suficiente.

―Suficiente, ¿para qué? ―preguntó Gala, alzando un poco la cabeza, extrañada por el uso de palabras del intruso.

―Para rodar, claro. ¿Para qué más?

El felino frunció el ceño con confusión ante las palabras de la bestia. ¿Rodar? ¿Se refería a rodar por el suelo como ella hacía cada vez que salía? Embarrarse de tierra y olvidarse de todos los problemas y preocupaciones era una de las cosas más bellas de la vida. No importaba que luego la pusieran en una tina llena de agua y tuviera que tiritar durante horas hasta que se secara… esos segundos de mugre bien lo valían.

―Me parece que sí hay espacio ―mencionó―. No eres tan grande como pareces.

El dragón sonrió y dejó ver sus grandes colmillos blancos. No parecía demasiado peligroso, era como una… una… ¿cómo le decían a esas cosas con escamas y cola? No lo recordaba, pero era como una de esas “cosas”, pero algo más grande. El miedo de la gata dejó paso a una suave curiosidad que empezaba a crecer.

―¿Cuál es tu nombre?

―Soy Dragón.

―Qué nombre tan original…

―Espero que el tuyo sea una genialidad.

―Soy Gala.

«Gala… qué nombre tan… poco de gatos», pensó Dragón, pero no quiso mencionarlo para no ofender a su acompañante. Había resultado ser bastante agradable, lo que para él era muy apreciado, ya que en sus últimos viajes había estado bastante solo. Desde que ese viejo hubiera tratado de venderlo en Ebay ―¿qué sería eso?― , había decidido evitar a los humanos, que, menos mal, eran bastante incrédulos, por lo que su presencia no volvió a ser notada.

―¿Qué vas a hacer? ―preguntó la gata que se había acomodado en una silla cercana, desde la cual observaba a la bestia―. Si vas a revolcarte, apúrate, porque seguro ya vienen.

Dragón miró la tierra y el pasto y frunció el ceño, un poco dubitativo.

―¿Estás segura de que no tengo más tiempo?

―Segurísima. Te sacarán a escobazos si te ven aquí. ―Su tono de voz mostraba firmeza, pero también un dejo de suficiencia por ser ella la que estuviera dando toda la información. «Cuando los idiotas de los pájaros se enteren de esto…»

Dragón asintió con la cabeza. No quería que lo echaran a escobazos, por supuesto. Pero tampoco estaba seguro de si quería revolcarse o no en esa tierra. Había esperado bastante tiempo por ese momento, ya que ningún sitio había sido adecuado y no quería arruinar la experiencia por apresurarse demasiado. Con sus grandes narices, olió el suelo y, de inmediato, sintió un cosquilleo por todo su cuerpo. ¡Qué tierra tan fresca!

Observó con bastante diversión que la gata lo miraba con fijeza, como esperando a que por fin tomara su decisión. La curiosidad de aquella pequeña era la expresión más típica de su raza: pese a que le había dado un susto de muerte nada más conocerla, ahora estaba allí, observándolo con placidez desde su silla, como una reina impaciente. «Todos los gatos tienen ese problema», reflexionó durante unos instantes.

―No pierdas el tiempo ―le instó ella, un poco aburrida ya de tanta espera. Algunos pájaros ya estaban comenzando a revolotear por el lugar y su ánimo comenzaba con rapidez a dar signos de irritación y hostilidad―. Hazlo de una vez.

Dragón, luego de largos minutos de inseguridad, decidió dar rienda suelta a ese pequeño capricho que tenía acumulado y se tiró al suelo con un sonido sordo y gutural que espantó a los tímidos pájaros e hizo sobresaltar nuevamente a su acompañante.

―¡Hey! ¡Me asustaste! ―protestó Gala con la cola erizada y gruesa de miedo, pero el dragón ya no le estaba prestando atención. Dio unas vueltas en la tierra, sintiendo como todas sus escamas se mezclaban con el barro y el pasto del patio. Ronroneó suavemente y estiró las alas de forma infantil, rodando sin parar hasta donde le permitía el espacio.

«¡Esto es fabuloso!», pensó e inconscientemente dejó salir una pequeña chispa de fuego de su boca lo bastante corta como para no encender las ramas que colgaban a su alrededor, pero suficientemente perceptible por la gata que ahora saltó de la silla y se alejó con una expresión enfadada en su rostro peludo.

―¡Hey, nada de fuego! ―dijo ella con el ceño fruncido―. ¿Qué te crees? ¡Esto no es un juego! ¿Qué pasa si alguien te ve! ¡Me culparán a mí! Muy bonito...

―Wow ―dijo Dragón con una sonrisa metálica. Había ignorado por completo las protestas de su compañera―. Eso fue genial.

Pese a todo, creyó ver cómo la gata se sonreía con satisfacción, como si el hecho de que el gran lagarto se hubiera revolcado fuera alguna especie de logro personal. «Para los gatos todo gira a su alrededor».

―¿Piensas volver? ―preguntó Gala al observar que Dragón se incorporaba y esparcía tierra por doquier al sacudir sus membranosas alas. La bestia parpadeó un par de veces y sonrió con un dejo de resignación en su rostro escamoso. Negó con la cabeza: nunca se quedaba mucho tiempo en un solo lugar y tampoco volvía a los sitios que había visitado. La precaución siempre estaba antes que cualquier placer.

La gata se estaba lamiendo los dedos de las patas y por unos segundos pareció no haber escuchado las palabras de su extravagante compañero. No obstante, instantes después lo miró nuevamente con esa fijeza característica de su raza y dijo:

―Entonces que te vaya bien.

Dragón supo que eso era una despedida. También sabía que la gata estaría varios días pensando en ese extraño encuentro, aunque seguramente terminaría por olvidarlo. La gran bestia respiró una vez más el aire de ese pequeño patio en medio de la ciudad, preguntándose a dónde iría a continuación. «Quizás a algún lugar más espacioso», pensó con un dejo de burla. Alzó el vuelo dedicándole una última mirada a su amiga de quince minutos y aceleró a través del aire, perdiéndose rápidamente en un cielo lleno de nubes.

«Nunca me van a creer», se dijo Gala a sí misma mientras observaba el desastre que había dejado el dragón en el patio. Seguro le echarían toda la culpa, aunque tampoco se preocupaba demasiado: sus 'amos' eran fáciles de complacer y de distraer, estaba segura que en un par de horas volvería a ser la conquistadora de esas criaturas humanas. Se preguntó qué estaría haciendo la tonta aquella del segundo piso: ¿no había escuchado todo el estruendo, el fuego, la voz de Dragón?

Por supuesto que no.

***

Daniela solo detenía el reproductor de música en contadas ocasiones para asegurarse de que todo estuviera en orden a su alrededor, pero no se había dado cuenta de absolutamente nada de lo ocurrido. En sus frenéticos paseos musicales ―en que cuidaba de forma estricta evitar los espejos―, parecía poseída y fuera de la realidad. Quien la observara, vería un comportamiento errático, en ocasiones sin patrón, que se detenía para luego avanzar y dar vuelcos que solo tenían sentido en su propia mente.

“Cause nothing stays the same
Maybe it’s time to change”


Ya no quedaba demasiado tiempo. En unos cuantos minutos, la casa volvería a estar llena de gente y ella no podría darse el lujo de tener ese momento de desenfreno musical para ella sola. Tendría que comportarse, bajar el volumen y dedicarse a hacer todas las cosas que tenía pendientes, además de tener que estar inmóvil. ¿Qué persona en su sano juicio podía escuchar música sentada o sin moverse? Era una locura. ¡La música exigía dinamismo, exigía movimiento! Exigía luchar contra las fuerza del mal, amar en un instante de locura, rugir con la ira de una tormenta, llorar el dolor de mil almas desgarradas.

«Debería estar prohibido escuchar música sin moverse».

Ese movimiento era justamente lo que Vrah, el eficaz asesino, vigilaba con cuidado desde el exterior y que le había impedido hasta entonces cumplir con su objetivo. No había sido del todo fácil escabullirse en ese barrio residencial ―vestido como estaba―, no llamar la atención de los perros que cuidaban cada una de las puertas, acercarse con discreción a esa casa y localizar a su presa. Más arduo había sido incluso encontrar el momento adecuado para entrar.

Por eso, Vrah continuaba encaramado al árbol junto al muro lateral de la casa, escondido por las ramas, observando. Entornó los ojos y se mantuvo quieto al notar que dentro de la casa, su presa se movía cerca de la ventana. Era una medida algo innecesaria, ya que gracias a habilidades bastante exclusivas y difíciles era completamente invisible en ese momento. Una cualidad que, por supuesto, siempre le había resultado útil en su oficio. No por nada era uno de los mejores en ello, por lo que escatimar recursos y esfuerzos no era una opción; los novatos siempre se dejaban llevar por la facilidad de algunas misiones y acababan fallando.

Aguardó unos cuantos instantes más antes de decidirse a actuar. Revisó por última vez su cinturón y sus armas y con un salto ágil se precipitó hacia la ventana del segundo piso que daba justo frente al árbol que se había encaramado. Un movimiento así habría sido inútil para cualquier persona normal, ya que esa ventana tenía rejas externas que habrían impedido cualquier intromisión, pero Vrah definitivamente no entraba en esa categoría.

La sensación de atravesar objetos sólidos era una de las que más disfrutaba en ese oficio y, pese a que agotaba sus energías de forma elocuente, era una medida que solía utilizar con bastante frecuencia, pues ―especialmente en la actualidad― no era precisamente fácil ingresar en las casas con tantos obstáculos de por medio. Con esa técnica, evitaba que cualquier ruido delatara su posición y comprometiera el proceso.

Se quedó en cuclillas observando el interior de la casa. «Puedo oírla». Sus sentidos se activaron casi de inmediato y se deslizó con sigilo por los rincones, procurando no hacer el menor ruido. Palpó con cierta paranoia la larga y estilizada daga que utilizaría en su tarea y entornó los ojos. ¿Dónde estaba la chica? Hacía tan solo un segundo que había visto su silueta en la cornisa…

Allí estaba.

Precisamente de espaldas suya, casi invitándole a acabar rápidamente con su misión y salir de allí lo más rápido posible. Sería solo cuestión de abalanzarse, de tomar la decisión en ese preciso segundo y no dudar. No obstante, su experiencia primaba sobre esos impulsos y decidió aguardar un poco más. Los movimientos de su presa ―era siempre recomendable pensar en las víctimas de esa manera, así se lo habían enseñado― eran erráticos y absurdos, sin una coherencia definida. Lo confundían.

Vrah sacudió un poco con la cabeza. No le correspondía a él decidir sobre el estado mental o las conductas de sus objetivos. En ese caso, ya le habían advertido de la peculiar singularidad de la muchacha ―la presa―, por lo que no tenía por qué preocuparse. Contó exactamente hasta veinticuatro y se incorporó con rapidez.

“I must confess that I feel like a monster
I, I feel like a monster”


Se acercó a ella por la espalda con un paso firme pero silencioso. Sacó la daga de la funda de su cinturón y se aprestó para dar el golpe. Sería preciso y único, ella apenas se daría cuenta de lo sucedido, si es que lo notaba. ¿Quién sería ella de todas maneras? No era su posición discutir las decisiones del Grupo, pero aquella presa no parecía una amenaza patente como, por ejemplo, aquel viejo en el puerto…

Daniela sintió un ruido detrás de ella y frunció el ceño, un poco contrariada por haber perdido el ritmo de la canción que estaba escuchando. Pensó en seguir con lo suyo, pero al instante recordó que su madre iba a volver pronto y no quería que la encontrara dando vueltas por la casa como loca. Tendría que ir a revisar si había llegado.

Por un instante, una sensación extraña y poderosa se apoderó de ella. Muchas veces que estaba con los audífonos colocados en sus orejas, se sentía de la misma manera, pero solía apartar esa clase de emociones de sí. Esa sensación que le susurraba una hipótesis absurda, pero interesante: ¿Qué pasaría si con el volumen tan alto de la música hubiera pasado algo importante que ella hubiera pasado por alto? ¿Si hubiera entrado alguien? ¿Si los aliens invadieran la tierra? ¿Si se hubiera metido un asesino a la casa?

Por supuesto, todo eso era absurdo, pero no podía evitar pensarlo de vez en cuando, especialmente cuando, como en aquel momento, creía oír cosas que no resultaban ser más que ecos de la propia música que estaba escuchando. Incluso había aprendido que ciertas canciones hacían ruidos parecidos al maullido de un gato o a un teléfono sonando como música secundaria, lo que aprendió luego de más de una ocasión en que debió cortar todo sonido para asegurarse de que nada ocurriera fuera de lo normal.

No, no había nada de malo en querer escuchar su música al volumen que a ella se le antojaba. «Para eso tengo la casa sola, qué diablos». ¡Es más! Un par de veces, incluso había logrado escuchar sonidos que nadie más había logrado detectar ―la bocina de un auto o la vibración de un celular―, así que podían irse al diablo todos aquellos que insistían en que iba a quedarse sorda.

―Amargados ―murmuró con una sonrisa, para empezar a apagar el reproductor de música. Cuando lo guardó en su bolsillo y comenzó a voltear, creyó que el corazón se detenía en su pecho. Sintió que el estómago se contraía sobre sí mismo en un vuelco violento y que un escalofrío helado le recorría la nuca y toda la espalda. Chocó irremediablemente con una figura que apenas alcanzó a distinguir.

«¡Mierda!», pensó Daniela con una mezcla de temor e irritación, al ver que todo había acabado para ella.

―¡Te llamé cinco veces! ―chilló su madre gesticulando brusca y peligrosamente con una mano, que tenía libre, cerca de la cara de la adolescente―. ¡Cinco veces! ¡Se acabaron esas porquerías de audífonos! ¡Los voy a eliminar de esta casa! ―Daniela estaba muda, tratando de buscar las palabras que la libraran de aquella situación―. ¡Con tu abuela estábamos llamando y llamando como tontas, afuera paradas! ¿Y dónde estaba la perla?

―Mi celular no tenía batería ―adujo con un hilo de voz―. Además, estaba cargando el mp3 ―siguió mintiendo―, acabo de sacarlo del computador. ―«Mierda»―. Además, ¿les pasó algo que volvieron tan temprano?

―¿Dónde está el gato? ―preguntó su madre, ignórandola por completo. Daniela sabía que estaba en problemas, pero no era la primera vez que salía de una situación así, con los audífonos intactos―. Supongo que tampoco sabrás. Por Dios, la niñita… ¿dónde tienes la cabeza?

«En algún lugar más interesante». ¿Qué podría pasar en esa casa y ese barrio tan aburrido? Su mamá continuó despotricando contra ella, amenazando con quemar todos los audífonos del planeta en una gran hoguera donde las madres del mundo pudieran reír con malignas carcajadas. Siguió llamando a viva voz a la gata, que no aparecía por ningún lado.

―¡Apuesto que está afuera! ―exclamó su abuela desde el primer piso, abriendo la puerta principal―. Seguro que se salió cuando entramos, el gato malvado…

―¡Podrían habernos asaltado y tú como si nada!

―Ay, ya. ¿Qué podría haber pasado? ¡Y ya te dije que no estaba escuchando música!

―Sí, claro, ¿y qué es eso que estoy escuchando? ―Señaló el reproductor de música del que traicioneramente se escuchaba con toda claridad:

“De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda”.


«Mierda»

―Acabo de encenderlo.

La mirada de incredulidad y desdén de la mujer solo logró que Daniela respondiera con una mirada nerviosa y una irritación que empezaba a crecer lentamente. Empezó a retroceder de forma estratégica y a ocultar de las garras tenebrosas y ágiles de su madre su inocente equipo de música. Al ver que ella resoplaba, lo que siempre era una mala señal, rodó los ojos y se limitó a hacer la pregunta que justificaba todo su comportamiento:

―Bueno, pero, ¿qué podría haber pasado?

Si tan solo supiera...

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