Ante el espejo

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Observé a mi humana mientras se acercaba y un bufido de desprecio salió de mis labios sin poder evitarlo. Ni siquiera la mirada fría, aunque algo derrotada que me dedicó sirvió para aplacarme.

―¿Ahora qué? ―pregunté, alzando una ceja con desdén.

―Te odio ―murmuró la humana, mientras despreciaba cada rincón de su rostro y su cuerpo que se reflejaba en el espejo. Yo solté una risa cínica y me acerqué al vidrio con una mirada burlona. Esa conversación, aunque repetida en el tiempo, me parecía de lo más divertida cada vez que se producía.

―¿Es en serio? ¿Me odias? ¿No será que odias lo que ves? Esa eres tú. ―Señalé el borde del vidrio, donde podía ver como la angustia se reflejaba en sus pupilas―. Asquerosa, ¿verdad? Me apoyé contra el marco y te observé casi con indiferencia―. ¿De verdad piensas que alguien podría enamorarse de esto? Supongo que soñar es gratis…

Sus ojos se anegaron en lágrimas de rabia, de indignación, dolor, pero también de resignación. Conozco ese berrinche. Saqué un cigarrillo y, si no hubiera sido que yo estaba del otro lado del vidrio, donde su horrible reflejo me acompañaba, le hubiera lanzado todo aquel humo en su cara.

―¿Qué vas a hacer? ―pregunté nuevamente. Ella bajó la vista y yo rodé los ojos. Lo mismo de siempre.

«Nada».

―Algún día te miraré sin culpa ―juró ella como cada tarde. Chica tonta. Quizás pudiera hacer algo con esa autoestima, que bien que lo necesitaba, pero si seguía igual de perezosa y glotona, no podía pedir tampoco milagros al cielo. Me encogí de hombros: nada que valga la pena es inmediato. Solo las cosas valiosas toman tiempo.

―¡Hasta mañana, mi humana!

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