Ciencia

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Un vuelco en el corazón, le dicen. Es curioso, porque realmente nunca el corazón podría arrancarse de las arterias y músculos que lo conectan, dar un paso de baile y voltear en el interior de nuestro pecho. Es simplemente ridículo. Tampoco el estómago se contrae como si una cuerda invisible lo estrangulara. Ni las muñecas laten como si tuvieran vida propia.

Nada ocurre en realidad. Solo reacciones químicas y físicas provocadas por estímulos externos o psicológicos que influyen en nuestra conducta. A veces nos quedamos perplejos, asustados, ansiosos, pero cada pequeña emoción tiene una explicación lógica y sistemática. No hay comportamiento humano que no haya sido diseccionado, estudiado, analizado y convertido en una conclusión firme y definitiva.

Y aun así, ni siquiera la ciencia, esa dama fría y distante, útil y serena, podría hacerme entender por qué un simple cartel, unas simples palabras dichas por fantasmas de un rostro desconocido, unos simples trazos expuestos ante un grupo de fierros sin alma... pueden lograr que una sonrisa tonta se esboce en mis labios y el corazón se acelere en una carrera estúpida y acogedora.

Solo basta sentir, aunque sea por solo un segundo, tras el cual la mente volverá a aprisionar esa intensidad indomable en tibia serenidad, debidamente encadenada. Debidamente controlada. Debidamente reprimida.

Hasta que vuelva a desatarse.

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