Cinco días

sábado, 29 de septiembre de 2012

"¿Cómo es que un ángel y un demonio pueden enamorarse?
Porque ni el ángel es solo luz ni el demonio es solo oscuridad."

***

En el callejón, ella esperaba con la máscara dándole algo de picazón sobre la piel. Hacía media hora que él tendría que haber estado allí. ¿Dónde se había metido? Había sido tajante sobre la puntualidad e incluso él había prometido que sería ella la que llegaría más tarde.

«Seguro», pensó con fastidio, un poco inquieta por aquella velada tardanza. ¿Acaso se habría detenido en algún lugar? No le parecería del todo extraño que hubiera intentado atacar a alguien en el camino o que hubiera simplemente cambiado de opinión. Aún así, intentaba no detenerse demasiado en esos pensamientos. Tragó algo de saliva y sintió la garganta seca. El traje de combate le molestaba, pero tampoco era tan necia como para acudir a esa particular cita sin ningún tipo de protección.

Pese a todo, estaba segura de que aquello no era una trampa, aunque más de uno de sus compañeros había insistido en que no fuera sola. Podría apostar que alguno estaría espiándola… “Por si las moscas”, dirían luego ante su mirada furiosa, pese a que había recalcado al menos doce veces que no se les ocurriera hacer algo así.

Idiotas… La trataban como si no pudiera cuidarse sola. Como si él fuera a hacerle algo…

―Lamento la tardanza. ―Su voz la sacó de sus pensamientos y la heroína frunció el ceño al ver su cara impasible con la semi-sonrisa que siempre la desconcentraba, mirándola como si tal cosa―. Veo que tus amiguitos todavía no confían en mí.

Alzó una ceja, pero ignoró la provocación. Lo miró durante largos segundos, tratando de incomodarlo por su impuntualidad, pero él desvió la mirada y comenzó a silbar tranquilamente, como si esperara a que se le pasara el enfado. Soltó un resoplido.

―Vamos a tema, ¿quieres? ¿Tienes el informe?

―Oh, ¿por qué tan deprisa? ―se burló el villano con una mueca divertida. Dio un paso adelante y comenzó a rodearla, una técnica que solía utilizar tanto para atacar a sus víctimas como también para saludar y acompañar a sus colegas. Su mirada se había oscurecido y la joven se tensó de inmediato, pues sabía perfectamente que aquella mirada no presagiaba nada bueno―. Disfruta de mi compañía, preciosa. ¿Qué tal si damos un paseo? Podría mostrarte veinte maneras de matar a alguien con una sola mano.

Se quedó quieta, fulminándolo con la mirada. No iba a caer en una provocación tan infantil, pero tampoco podía desechar sus amenazas tan fácilmente. Después de todo, se trataba de él, no era precisamente alguien en quien debería confiar. Se suponía que su reacción debería ser recelosa, tensa e incluso hostil, pero en su lugar, se limitó a retarlo con sus ojos, para finalmente hacer un mohín de indiferencia.

―No, gracias. ―Pude notar cómo él hizo chasquear la lengua con reprobación ―. ¿Quieres darme los malditos informes?

El T.T.T o Tratado de Tregua Temporal ―¿A quién se le habría ocurrido un nombre así?― les obligaba a intercambiar información semanalmente y ella siempre se las había arreglado para quedar con él en todas las ocasiones. No obstante, seguía encontrando que el Tratado era ingenuo, ridículo y básicamente idiota. ¿A quién se le podría ocurrir que villanos y héroes podían entenderse así como así, confiar los unos y los otros solo con poner una firma en un papel? Eso no duraría ni dos meses. Tres a lo más, si es que los Jefazos intentaban controlar a sus borregos.

―Le quitas la diversión a todo ―gruñó él, con un tono de voz amenazante, pero a la vez frustrado.

―Así es la vida, querido. Hablas con la maestra del aburrimiento. ―Alargó la mano y él le entregó una delgada carpeta color verde oscuro―. ¿Eso es todo? ―Él asintió con la cabeza, mirando al suelo y moviendo erráticamente uno de sus pies como si estuviera hastiado―. Podrías mirarme al menos, ¿sabes?

Cuando él alzó la vista, nuevamente esa sonrisa siniestra y cómplice estaba en sus labios. Ella rodó los ojos y comenzó a caminar lentamente hacia el otro lado del callejón, alejándose de él. Sabía que la estaba siguiendo y no le importó. «¿Habrá sido suficiente?», pensó, tratando de notar cualquier silueta en los tejados circundantes o cualquier sombra en los rincones.

―No hay nadie siguiéndonos ―avisó él a sus espaldas. Había sacado un encendedor y se había puesto a jugar con él―. ¿No vas a despedirte siquiera? ¿No se te olvidó algo?

Él ni siquiera dudó en enredar su mano en su cabello ondulado cuando ella lo agarró de la camisa y lo atrajo hacia sí en el beso posesivo al que se había hecho adicto.

―¿Suficiente?

―Hasta la semana que viene, jefa. A menos que me metas a la cárcel por algo, claro…

―Hasta entonces, chico malo.

«Idiota», pensaron los dos a la vez mientras se alejaban con idénticas sonrisas y pensaban en cómo se las arreglarían para engañar a los suyos en cinco días más.

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