Son esas pequeñas cosas que parecen viajar entre las tinieblas como un chispazo de luz, tan breve como intenso. No es nada, no es nada, piensa la joven mientras observa con el ceño fruncido la ventana abierta del segundo piso de su casa. Evita reflexionar sobre su situación lo más que puede, distrayendo los pensamientos ―escurridizas criaturas― en telarañas brillantes y coloridas que solo su propia imaginación puede comprender.
Juguetea con la pistola entre sus manos, aunque no detiene su vista un segundo en su estructura. La ha visto ya demasiadas veces, reposando junto a su almohada en el velador y luego de aprender de memoria cada imperfección y brillo del arma, dejó de intentar entender por qué estaba a su lado.
Simplemente lo estaba. Y siempre lo estaría. Hasta que fuera demasiado tarde como para volverlo a preguntar.
Juguetea con la pistola entre sus manos, aunque no detiene su vista un segundo en su estructura. La ha visto ya demasiadas veces, reposando junto a su almohada en el velador y luego de aprender de memoria cada imperfección y brillo del arma, dejó de intentar entender por qué estaba a su lado.
Simplemente lo estaba. Y siempre lo estaría. Hasta que fuera demasiado tarde como para volverlo a preguntar.
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