Tortura

sábado, 8 de septiembre de 2012

«Ayúdame... por favor.»

―Lo único que tienes que hacer es pedirlo, ¿sabes? ―se burló Trébol con una sonrisa desagradable―. Sé que estás al límite de tu resistencia. Es tan simple como que lo pidas y todo ese dolor acabará.

«Por favor...» Su rostro y sus pensamientos traicionaban su determinación. Había logrado llegar demasiado lejos para desfallecer ahora: había logrado acabar con cada uno de sus trabajos, no sin esfuerzo, pero antes de completar el último... había caído en las garras de esos dos. Sabía que la acechaban, lo había percibido durante todo el día, pero había creído que le habían perdido la peste.

―Sabes lo que voy a decirte ―murmuré, carraspeando al sentir el sabor de la sangre en las paredes de mi garganta―. Ándate a la mierda.

―Seguro ahí encuentro a varios colegas ¿no es así? ―Prat chasqueó la lengua y acercó su boca apestosa a mi cara. No pude evitar intentar apartarme, aunque luego sintiera el peso de su mano inmunda en mi mejilla―. Dale un par de horas, Trébol. Te suplicará como una cucaracha.

Me reí.

―Sigue soñando, cabrón. ―Sabía que tenía razón. Sabía que cuando se marcharan me arrastraría hasta el rincón y me abrazaría a mí misma, gimiendo de dolor. Sabía que cuando pusiera el punto final a todo aquello tendría que apagar la luz que atravesaba mi cráneo y estrujaba mi cerebro como una gelatina. Sabía que tenía que dejar de exagerar.

―¿Vas a tomarte algo para eso?

«Sí, un par de letras inconexas», pensé y coloqué el punto final de aquella irrisoria parodia infantil.

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