¿Alguien dijo "final"?

sábado, 20 de octubre de 2012



«Terapias de papel y tinta.
Si la vida es pasajera, mis palabras infinitas» ― Xhelazz.

***

Estaba soleado y era bastante temprano en la mañana. Aunque era otra coincidencia más, hoy simplemente estaba soleado, mientras que ayer estaba nublado. Simple, a decir verdad. Distinguí la silueta de Durk con los brazos cruzados en el rincón junto a la cama y sonreí.

―No pudiste decir “Te lo dije” ¿eh? ―murmuré con una expresión irónica.

―De hecho, creo que todavía puedo. Se fue, ¿no? Ilusión rota. “Te lo dije”. 

Negué con la cabeza y mantuve mi sonrisa en el rostro. Sabía que mi optimismo le irritaría y, aunque molestarlo no era precisamente uno de mis pasatiempos favoritos, en aquel momento me provocaba una extraña satisfacción el poder torearlo y no darle en el gusto. Había hecho bien en no aparecer ayer ―lo que en sí era extravagante―, pero seguramente Azmod había impedido que viniera a echarme en cara mis errores.

―Nada ha cambiado ―afirmé con un tono cantarín que sabía que lo enfurecería. En efecto, su expresión de incredulidad, desconcierto e indignación no se hizo esperar y sus rasgos delgados y enjutos parecieron una mezcla de emociones contradictorias y divertidas. ―¿Qué? ¡Pero si es verdad!

―Estás sola como rata ―escupió. Alcé una ceja y lo imité, cruzándome de brazos también―. Se fue. Se acabó. Ahora deprímete.

Solté una carcajada y noté cómo Azmod, aparecido de Azar sabía dónde, le daba un manotazo a su compañero, quien no se tomó más que unos segundos para devólverselo. Como siempre, se enzarzaron en una pelea que ahora me enternecía y fastidiaba en la misma proporción. «Durk tenía razón», pensé a mi pesar, pese a que seguía sonriendo. «Y yo también». 

―¿Estás bien? ―preguntó el fantasma más gordito, una vez que logró zafarse del agarre de su compañero de pelea―. ¿Estás segura? Igual él tenía algo de razón… ―aventuró con cierta timidez.

―Tener razón no frena a nadie de opinar lo contrario. ―Le guiñé un ojo luego de pronunciar esa cita y volví a tirarme en la cama, sintiendo la sangre liviana y el espíritu intacto―. Si observaran con más cuidado, verían que realmente nada ha cambiado. ―Me encogí de hombros―. No para mí.

Me quedé en silencio unos momentos, mientras ellos discutían sobre la falsedad o inteligencia de mis palabras. Las cosas habían girado bastante en tan solo pocas horas. De un latigazo al bálsamo. Cuestioné el efecto de ese bálsamo, pero no tenía demasiado sentido. Reconocí para mí misma que extrañaría el efecto abrumador y furioso de un mensaje; extrañaría ese golpe y ese dolor pegajoso, sin duda. 

«Pero nada más». Estaba acostumbrada a tener fantasmas a mi alrededor, no sería problema mantener a otro más en mis pensamientos. Aquello era casi un desafío, un reto implícito, una promesa colérica, una apuesta sin recompensa. «¿Así que desaparecido? Siga participando». Incluso de todo aquello había surgido una idea: algo retorcida, extraña y sin silueta definida, pero una idea al fin y al cabo. El tiempo parecía ser el enemigo de aquella batalla y el número que fastidiaba la ecuación, pero solo era cuestión de afilar las espadas y de tener una calculadora a mano. 

«Gana quien olvida último. ¿Estás listo?» Yo lo estaba. Parpadeé un par de veces y noté que ambos fantasmas continuaban inmersos en su discusión, aunque ya no estaba segura de a qué se refería.
―Él no se lo merece, ¿sabes? ―comentó Durk con cierto resentimiento.

―Me permito disentir ―dije con pomposidad, burlándome de su seriedad―. Amigo, aquí tienes dos opciones: o aceptar la situación o continuar quejándote y amargándote sin sentido. Tú eliges. ―Dirigí luego mi vista a Azmod que parecía bastante complacido―. Gracias por todo. Mantén al perro con la correa ¿vale?

―¡No soy ningún perro!

―Claro que lo eres… ¡Yo me encargo, ya verás!

―¿Y qué vas a hacer ahora? ―preguntó Durk, mirando con desconfianza a su compañero.

―¡Menuda pregunta! Escribir, por supuesto. Tengo mucho que hacer. 

―¿Y no vas a… no lo sé… pensar? ¿Reflexionar? ¿Ver qué harás?

―Ya lo decidí: escribiré. 

―Pero…

―Durk. ―Le hice señas para que se acercara. El estilizado y altivo fantasma se volvió a cruzar de brazos, pero se aproximó a regañadientes, murmurando palabrotas entre dientes―. Esto empezó de un modo, continuará de un modo y terminará, espero que en muchos años más, del mismo modo. ―Él resopló y Azmod volvió a darle un manotazo―. Y se te olvida algo importante… ―lo miré fijamente a sus ojos grises y pálidos―, él se enamoró de alguien que escribía. 

Separé un poco las manos al terminar con ese pequeño discurso, como si hubiera hecho un truco de magia. Durk simplemente rodó los ojos e hizo el mismo gesto, murmurando que si quería hacer tonterías como esa, era libre después de todo. Se marchó echando humos, pero estaba segura de que no tardaría más de media hora de volver, con alguna nueva queja o reproche o con argumentos más elaborados y rebuscados para convencerme de abandonar sueños e ilusiones sin contenido.

Estaba seguro de que El Fantasma quizás concordara con la postura radical de Durk. Se había marchado, había echado los dados y seguramente me hubiera reprendido por esta sonrisa soñadora e inútil y por la apuesta inexistente que se arrinconaba en mi interior. Lo bueno era que él jamás se enteraría o que, al menos, no podía hacer absolutamente nada al respecto. Mis sonrisas y mis lágrimas eran mías. Eran para él, pero no suyas. Derecho de propiedad absoluto. El uso, goce y disposición de ellas dependía absolutamente de mí. «Es difícil construir relaciones estables, lo nuestro es construir frases», canturreé a Xhelazz en mi mente con complacencia. ¿Qué más daba si los sueños terminaban por romperse? ¿Qué más daba si “algún día” terminaba por disolverse? El hoy continuaba existiendo, el mañana aún no llegaba. Soñar era peligroso, ¿qué tal un poco de peligro en la vida de una chica rutinaria?

―Quien te entiende ―bromeó Azmod, apoyando su ancha y fantasmagórica silueta en la silla junto a la ventana―. Estás jugando con fuego, ¿lo sabías? 

―Juro solemnemente que estoy dispuesta a quemarme luego ―retruqué sin hacer caso de su seriedad―. ¿Estás seguro de que Durk no te convenció? ―Alcé una ceja ante su expresión de indignación.

―¡Claro que no! Solo quiero lo mejor para ti. 

―Esto es lo mejor. No voy a rendirme así como así. Me quedaré con mi dolor y mi esperanza. ¿Estamos? 

―Trato hecho. ―Sonrió, aunque poco convencido―. Deberías empezar a escribir, ¿no? Necesitas ejercitar esos dedos. Demuéstrale que seguirás corriendo. 

«Estoy segura de que él lo sabe». Los proyectos se arremolinaban en mi mente, así como las emociones. Me sentía más viva que nunca antes, aunque estaba seguro que eso podría cambiar muy pronto. Nada había cambiado y todo había cambiado. Cada tristeza, alegría, esperanza y cólera ahora golpeaban mi corazón con la forma de una palabra. Ese buen humor no me duraría demasiado, podía asegurarlo.

Mis pensamientos eran erráticos y vagos y, a la vez, firmes y sólidos. Me burlé de mí misma y negué con la cabeza. Nada de eso tenía demasiado sentido. ¿A qué venía pensar tanto, cuando lo único que debía hacer era sentir y poner manos a la obra?  Era una niña ilusionada y tanto Durk como El Fantasma ―incluso Azmod― estaban esperando a que creciera y los olvidara. Qué ingenuos. 

―Nuevamente, la carrera continúa ―susurré por lo bajo―. Siempre será en tu honor. 

«¿Cuándo fue que los fantasmas se convirtieron en algo tan importante?», me reí por lo bajo cuando las palabras comenzaron a tomar formas y mi corazón comenzó a acompañar el golpeteo de las teclas con sus propios golpes. «En lo que respecta a mí, los fantasmas son reales y no desaparecen». 

¿No te jode? Solo me inquietaba esa fría y maliciosa zorra ―Miss Culpabilidad― que siempre acechaba en los rincones de los corazones de los hombres. Sacudí un poco la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos por ahora. Alea jacta est. Ahora… ¿dónde había dejado ese relato?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Santa Template by María Martínez © 2014