Nihil

domingo, 14 de octubre de 2012

―No seas ridícula ―masculló K, con los brazos cruzados, mirando a su ama con reprobación―. Quítate todas esas ideas de la cabeza y aterriza en la realidad. Nada de lo que piensas se hará realidad ni conseguirás nada de lo que pretendes. ―La fulminó con sus ojos verde suave―. Es duro, pero mientras antes aceptes las cosas como son, más pronto podrás adaptarte y sobrevivir.

Joana le devolvió la mirada con cierto desafío, aunque una sombra de dudas se asomaba en sus ojos. Realmente detestaba en lo que se había convertido K; recordaba que antes no era tan cínico ni crudo, aunque quizás fuera que nunca le había prestado la debida atención. Hizo chasquear la lengua y negó con la cabeza, rechazando sus oscuras palabras. Él le agarró el brazo con enfado y la zarandeó.

―¡Reacciona! ―gritó. Le asestó una bofetada y ella parpadeó, incrédula y dolida, sintiendo la furia y la impotencia comenzar a subir por su estómago hasta llegar a su garganta.

―¡A TI QUÉ TE PASA! ―chilló de vuelta, queriendo golpearle también, aunque sabía que K la superaba en fuerzas. Él la sujetó y, aunque lucía algo vacilante y arrepentido, no dudó en apartarla de sí con brusquedad y cierto desdén―. ¡Qué te has creído! ¡Déjame en paz y sal de aquí!

―No.

Joana sintió que lágrimas de verdadera cólera se agolpaban en sus ojos y se sintió humillada y patética por llorar en un momento como ese. Siempre lloraba cuando se enfurecía y cada vez que eso pasaba, se sentía peor y se odiaba a sí misma, lo que no hacía más que apretar el nudo en su garganta. K se apartó un poco, pero no abandonó su actitud fría y cortante.

―Tienes que despertar, Joana ―dijo con cierta suavidad, pero mirándola fijamente―. ¿Qué esperas lograr con esto? ¿Con tu vida? ¿Con esos sueños? Solo te harán daño. ―Desvió la mirada unos instantes y agregó―: No eres lo suficientemente fuerte como para enfrentar la realidad, pero tendrás que hacerlo o será demasiado tarde.

―¿Ah sí? ―le respondió con rebeldía―. ¿No soy lo suficientemente fuerte? ¿Y quién lo dice? ¿Tú? ¿El que se escondió durante meses de mí solo por miedo a que ya no me acordara de ti? ¿El que no soporta el rechazo? ―Cada palabra parecía estar siendo escupida de su boca como veneno; mientras las lágrimas caían por sus mejillas y la voz temblaba con cada pausa, K simplemente trató de sostenerle la mirada―. ¿Qué sueños quieres que deje tirados? ¿Qué otra cosa quieres quitarme?

K apretó los puños y Joana por un segundo temió que la golpearía. Retrocedió por instinto, incapaz de recordar en ese preciso instante que él no podía lastimarla, no realmente. Él notó el miedo en su cuerpo y alzó las manos también en una reacción impulsiva, atemorizado de su miedo. Ambos se quedaron en silencio, incómodos y lastimados, tratando de evitar el contacto visual.

―El mundo no es lo que crees, Joana ―él volvió a decir luego de un rato―. Vas a sufrir. O peor, vas a cambiar y cuando te des cuenta que la marea te arrastró y eres otra más en el océano, recordarás todo en lo que crees ahora y la angustia y el remordimiento te devorarán. Libérate ahora. No puedes cambiar el mundo.

«Joder, hoy sí que han machacado con este temita», pensó la chica con una nota de claro fastidio, pero ahora las lágrimas que caían de sus ojos eran más sinceras que antes. Las palabras de K eran verdaderas: no podía luchar contra lo inevitable. La vida era mucho más grande y fuerte que ella, era feroz, cruel y poderosa. ¿Y ella quién era? Una pobre diabla con sueños de niña. Un punto insignificante en el lienzo del universo. ¿Qué podía hacer un punto contra todo ese lienzo?

Durante el día, parecía que todos habían confabulado para repetirle en mil tonos que lo sabía, que no era ignorante ni estúpida. Quizás usara gafas, pero veía con bastante claridad lo que ocurría a su alrededor: sabía que no podía hacer nada. No tenían que empeñarse en convencerla a golpes. Después de todo, no la iban a convencer.

―Sabes lo que pienso, K ―respondió finalmente. Se frotó un brazo de forma distraída y hundió sus ojos en el suelo, que parecía ser el único que no la miraba juzgándola―. Es parte de mí. Quizás algún día digas “te lo dije”, pero no será hoy. ―Sonrió resignada―. Ningún escritor es realista, K. Aunque sean cínicos, aunque sean críticos, aunque sean nihilistas o pesimistas. Ningún escritor es realmente realista ―se rió con la redundancia―. Todos, en el fondo, sueñan con algo diferente.

―Joana…

―Somos locos. Creo en algunas cosas que parecen imposibles. ¡Pero qué va! Lo mismo le dijeron a Edison ¿no? ―Se rió nuevamente y miró al techo con una sonrisa torpe―. No me quitarás esos sueños, K. Después de todo, si tienes razón… ya me los quitarán con el tiempo. Ya se encargará la vida de arrancármelos a cuchilladas. ―Se encogió de hombros―. ¿Para qué acelerar el proceso?

Él negó con la cabeza, pero ella podía ver que sonreía. Y que lloraba. Alzó una mano y le hizo señas para que se acercara. Lo abrazó, pese a que no podía sentirlo, porque no existía. «Esto es lo que pasa cuando le das forma a tu propia oscuridad», se dijo la chica, con una sonrisa algo divertida. Vale, aquel había sido un día en que el mundo había tratado de convencerla de que no iba a poder cambiarlo. De que las cosas salían mal. De que la gente era egoísta y malvada. De que el amor era imposible. De que la justicia no existía.

Joana no era una chica especial. No tenía poderes ni grandes talentos. No podía adivinar el futuro ni podía inspirar multitudes. No podía saber qué iba a pasar mañana o siquiera en cinco minutos. Estudiaba y vivía como cualquier otra, aunque sentía algo único por alguien también único. Tenía una afición y muchos sueños, algunos más imposibles que otros. Tenía un lado pesimista que le insistía en que abandonara esas ilusiones, pero incluso ese lado reconocía que no era lo mejor.

Joana era una chica como cualquier otra… pero eso estaba bien. Si ella, corriente, normal, igual, cuerda, sencilla, podía aún tener fe en el mundo significaba que otros también podrían. Y serían más gotas del inmenso océano que removieran las aguas.

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