Sobre ellos [Fragmento]

sábado, 13 de octubre de 2012

A cada segundo, observo cientos de decisiones siendo tomadas. A cada instante son miles, millones, miles de millones de vidas que dan un giro o que se mantienen en su rumbo debido a las decisiones de sus dueños. Al comienzo, era difícil sentir en mi mente todas aquellas vibraciones: creía que me iba a volver loco y más de una vez intenté quitarme la vida, pese a que lógicamente era imposible. Creí que estaba siendo castigado, aunque no recordaba un mal lo suficientemente grande que hubiera realizado para merecerlo.

Luego entendí que no era un castigo. Solo era un trabajo.

Estaba sentado esa tarde sobre el tejado de una casa humilde del centro de la ciudad. Nadie podía verme, pero yo podía distinguir con toda claridad a las personas que transitaban, los ruidos que rodeaban la urbe, los olores y las sensaciones. Y, por supuesto, sobre todas las cosas, sentía sus decisiones.

Aquel hombre cambió de idea y decidió llamar a su hijo antes de volver a su trabajo. Aquel chico decidió saltarse las clases de la escuela e irse a tomar un trago con unos colegas. Aquella anciana decidió ahorrar unos pocos pesos para darle un buen regalo a su sobrino. Aquella chica decidió arriesgarse y acudir a la cita, pese a que no estaba segura de cómo resultaría. Aquella mujer decidió callarse los problemas frente a su esposo. Aquel empresario decidió ir a misa en lugar de ir a almorzar con sus suegros. Aquel niño decidió preguntarle a su madre sobre la muerte de su padre…

Y así, sucesivamente, miles de decisiones se arremolinaban en mi mente como un enjambre de moscas. Ahora me había acostumbrado y podía elegir alguna para estudiarla detenidamente si me llamaba la atención o podía dejarlas pasar todas si así me apetecía. Encontraba francamente irónico tener que estar allí, acompañado tan solo de mi arco y mi carcaj de flechas inútiles, observando al mundo decidir. Decidir ser bueno. Decidir ser malo. Mejor. Peor. Ya había superado esa etapa en la que cada una de esas resoluciones amargaba mi existencia.

«¿Cómo pudiste decidir dejar a tus hijos?»

«¿Cómo pudiste decidir estafar a toda aquella gente?»

«¿¡Cómo pudiste decidir eso!?»

Ahora sabía que era completamente inútil. Había creído que podía hacer algo, que quizás esa era la misión que se me había encomendado. Tratar de enmendar esas decisiones, como alguna especie de ángel guardián que lograba encaminar a los hombres al camino del bien. Menuda decepción. Tan solo era un observador, una especie de irónico vigía que lo único que tenía que hacer era elegir un lugar, sentarse y pasar la eternidad.

El arco y las flechas tienen también una escasa utilidad. En ocasiones, ciertos entes se acercan justamente para intentar influir en esas millones de decisiones que zumban en mis oídos y yo, como una especie de carcelero inmortal, debo ir y repelerles, dejar a la gente decidir, aunque decidieran auténticas chorradas. No eran demasiados los influenciadores, debía de admitir. La última vez que me topé con lo que parecía ser una especie de viento mutante, ni siquiera le di con mi flecha, pero salió corriendo y nunca más le volví a ver. Todo un héroe ¿eh?

Realmente apestaba o apestaría mucho más si no fuera porque, al menos, podía ir a dónde quisiera y prácticamente enterarme de todo lo que pasaba en el mundo justo en el instante en que ocurría. Por razones evidentes, he procurado evitar zonas como el Medio Oriente o África, ya que desde la última vez que vi una pandilla tribal cortarles piernas y brazos a unos niños solo por motivos raciales…

Definitivamente era mejor estar muerto. Solo era el observador, el que luego informaba ―aunque no sabía para qué― y que podía tener alguna escaramuza con algún ente maligno o lo que fueran esas cosas de cuando en cuando. A veces, inevitablemente intentaba intervenir y la frustración se apoderaba de mi cuerpo. Intentaba impedir el crimen o evitar que el estafador, el abusador o el egoísta tomaran una decisión que perjudicara a gente inocente. Otras veces, me descubría a mí mismo deseando que cierta persona tomara una decisión, aunque no fuera la mejor, solo por la irritación que me provocaba aquella persona a la que lo perjudicaría.

«Es por eso que no puedes intervenir», me había dicho una figura sin rostro cuando exigí respuestas. «Nadie es capaz de manejar tanto poder». Con todo, seguía sin entender cuál era mi misión o por qué era El Vigía: simplemente lo era. Y sospechaba que lo sería por mucho tiempo.Bostecé y seguí contemplando lánguidamente las calles repetidas y serenas de esa ciudad. No sentía hambre, frío o cansancio, aunque al parecer no era inmune al aburrimiento. Pensaba en toda aquella gente bajo mi cuidado y reflexioné sobre cuántas de ellas seguramente pensarían en una vida mejor.

Tenían su propio poder. Tenían las cartas en la mano. Tenían el poder que me había sido negado a una sola decisión de distancia. Pensándolo bien, quizás si fuera un castigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Santa Template by María Martínez © 2014