¿Somos distintos?

domingo, 14 de octubre de 2012

―¡Vale, vale, vale! ¡Ya basta! ¡Ya capté, joder! ¡No puedo cambiar el mundo, ya lo sé!

Miro con el ceño fruncido a la multitud que abucheaba y me cruzo de brazos, igual de molesta que ellos o incluso más. A veces la gente tenía la mala costumbre de considerar idiota a todo aquel que no pensara como ellos, pero yo no iba a permitir que me vieran la cara. No era ninguna idiota. Me pasee encima del estrado con impaciencia, esperando con una mirada dura a que se callasen.

―¡Son solo un puñado de hipócritas! ―grité y las protestas, gritos e insultos no se hicieron esperar―. ¡Dicen que no se puede cambiar el mundo y quizás sea cierto! ¿Pero saben cuál es el problema? ¿Saben realmente cuál es el problema?

«El cierre sería el invento del siglo si se aplicara a las bocas», canturreé en mi mente la canción de rap, aunque saqué ese pensamiento de mi mente rápidamente. Aquella muchedumbre, aunque estuviera actuando irracional y enfebrecidamente, tenía todo el derecho del mundo de venir a decirme cuatro cosas si le apetecía, aunque las palabras “injuria” o “respeto” parecían no tener mucha cabida en ese sitio.

―¡Su problema es que no solo dicen que es imposible cambiar el mundo! ¡No solo no quieren cambiarlo! ¡El problema es que lo empeoran! ―Durante un segundo, creí saborear el silencio abrupto, pero luego volvieron los comentarios y los murmullos, aunque algo más apagados―. ¡Así es! ¡Lo empeoran! ¡No solo son vagos, sino además que son iguales a todos aquellos malditos que critican!

―¿Y acaso tú no? ―gritó un tipo entre medio de todos. Esa era justamente la magia de las multitudes: el anonimato. Podías gritar barbaridades, escupir, golpear y hacer cosas que jamás te atreverías a hacer solo. Chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Yo no era mejor que ellos, sin duda. Pero lo intentaba más que ellos, lo que en sí ya era algo.

―Lo intento ―repetí―. Intento mejorar las cosas. ¿O acaso tú no maltratas a tu empleado al llegar a la oficina? ¡Y tú! ¿Acaso no engañas a tus clientes para ganar más dinero? ¡Y aquel de allá! ¿Acaso no le pagas menos a tus trabajadores para conseguir más ganancias? ¿O vas a misa a golpearte el pecho y luego ignoras a tus hijos o le mientes a tus amigos? ¡Critican a los capitalistas! ¿Ayudaste al mendigo en la estación de buses? ¡Tú dices que no hay solidaridad o empatía! ¿Alguna vez intentaste detener las puertas del tren un segundo para que alguien no lo perdiera?

»¡Todos dicen que el mundo está mal! ¿Hacen algo para que no empeore? ¿Dan las gracias? ¿Piden perdón? ¿Entregan sueldos dignos? ¿Trabajan lo que deben? ¿Estudian lo suficiente? ¿Aprecian lo que tienen y luchan por ello? ¿O simplemente son futuros opresores, que no lo son solo por falta de oportunidad? ¿Qué los hace tan diferentes a aquellos que ahora nos tratan como a ratas? ¡Díganmelo! ¡Qué los hace tan diferentes, manga de hipócritas!

Al fin tenía mi ansiado silencio. Respiraba con dificultad y tenía el rostro algo enrojecido, pero en realidad no me importaba. También me había gritado a mí misma. ¿Qué me hacía tan diferente? ¿Acaso yo no sería igual si estuviera arriba? ¿Acaso yo no haría lo mismo si tuviera poder? ¿Acaso yo no sería distinta si no estuviera aquí abajo? Seguía buscando esa diferencia. Por mientras, aquellas personas simplemente se limitaron a mirarse entre ellas y, lentamente, a dispersarse por las calles. Más de uno pensaría que no era diferente y que tenía derecho a ser así; que la vida era dura, para los fuertes y que si era necesario pisotear al resto, pues lo haría. Otros intentarían cuestionarse, pero no por mucho.

Solo unos pocos buscarían una verdadera respuesta. Lo verdaderamente triste, lo verdaderamente doloroso… es que quizás no encontráramos ninguna.

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