Susurro: Aullidos

lunes, 19 de noviembre de 2012

Tiene garras.
—Somos amigos, ¿verdad?
Y es peludo.
—No me tienes miedo, ¿cierto?
Grande y con grandes colmillos. Claro que es mi amigo, pero no soy capaz de decirlo. Tiemblo cuando él olfatea el aire y cuando me mira con sus extraños ojos amarillos. Es un color profundo, que se expande y se contrae con cada gesto.
—¿Por qué no hablas?
No estoy seguro de cómo responder a eso. Nunca antes me había ocurrido. Siempre corría a abrazarlo y sentía su cuerpo grande y lleno de músculos peludos cubriéndome por completo. A veces lo llevaba a la ducha y lo bañaba como a un perro malcriado mientras él se reía y me salpicaba de agua. Incluso una vez logré hacer que jugáramos a la pelota, pero sus afiladas garras habían pinchado el balón y se sintió tan arrepentido, que nunca más intenté algo así.
Pero esta vez olía distinto. Me miraba diferente. Se sentía extraño. Poderoso y fuerte como una bestia salvaje, no como mi amigo. Él no parecía notarlo, porque continuó contemplándome, exigiendo una respuesta que yo no tenía cómo darle.
—Hueles raro —le digo por decir alguna cosa. Ni siquiera parpadea. No muestra sorpresa ni intenta sonreírme con esos colmillos asomados que se transforman en una máscara simpática con ese intento. Simplemente se queda allí, taciturno y congelado en el umbral de la puerta, demasiado grande como para estar cómodo.
—¿Como a qué? —pregunta con tranquilidad.
—No lo sé... —Me rasco un brazo de forma distraída. Siempre me pica el cuerpo cuando estoy nervioso, pero no me doy cuenta de eso hasta que alguien me lo hace notar—. ¿Has estado en algún lugar... malo?
Esta vez él se ríe y retrocedo, asustado. No es una risa siniestra ni salvaje ni nada parecido: es una risa profunda e inconfundiblemente humana, como la de mi hermano mayor o la de mi papá. Tranquila y divertida, pero cordial y educada. Se encorva un poco y su hocico queda a la altura de mis ojos.
—No he dejado este lugar en todo el día —dice y me doy cuenta de que soy yo el que huele a sangre. Me doy cuenta tarde cuando él se relame y vuelve a sonreír.
Esta vez entiendo la sonrisa.

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