Susurro: Experimentos

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Comenzó a toser cuando la mano apretó demasiado su tráquea. Era una sensación extraña y curiosa: notaba perfectamente cómo los músculos de su garganta protestaban por ese aplastamiento y cómo empezaba a salivar de forma profusa, lo que, evidentemente, tampoco contribuía demasiado a la entrada de aire.

No era una mano demasiado fuerte, así que realmente no corría peligro. Pero la tos realmente era irritante: la mano no conseguía apretar demasiado cuando ya todo su cuerpo se contraía en una serie corta de tosidos. Su cuerpo evidentemente luchaba contra aquella maniobra, pero eso no significaba que no fuera molesto.

Cuando la mano era descuidada, incluso llegaba a sentir dolor bajo la oreja cuando el pulgar presionaba demasiado. Eso siempre ocurría cuando los dedos se ubicaban demasiado arriba en su cuello: rápidamente la mano la dejaba libre y debía flexionar un poco el brazo para deshacerse de la molestia muscular.

Consecuentemente, algo diferente ocurría cuando la mano se ubicaba demasiado abajo: comenzaba a toser nada más sentía la presión y no podía continuar sin ejercer más fuerza, lo que resultaba imposible. Ese día, cuando se dio cuenta que la tos ya era demasiada y que probablemente llamaría la atención de su familia —¿por qué estaba tosiendo si no estaba enferma?—, decidió que había sido suficiente.

Tragó saliva y sintió cómo los músculos de la garganta se quejaban un poco. Hizo una mueca cuando el dolor natural que siempre dejaba esa rutina, se deslizó a través de su tráquea con lentitud. Sabía que luego se arrepentiría, porque todas las noches lo hacía. Y también sabía que todos los días volvería a hacer exactamente lo mismo.

Aquel ejercicio no tenía ningún sentido. La mano nunca podría hacerle demasiado daño y, realmente, si se ponía a pensar racionalmente en todo aquello, debía admitir que algo no estaba funcionando demasiado bien en su cabeza.  Aunque, por supuesto, si realmente se hiciera las preguntas correctas y siempre pensara de manera fría y lógica, jamás habría empezado siquiera con todo eso.

Ahora que se ponía a pensar, ni siquiera recordaba cuándo había comenzado. Trató de forzar su memoria por algunos segundos, pero realmente no encontraba una respuesta. Como fuera, también aquello era irrelevante. Seguramente en sus muchos días de solitario aburrimiento, un movimiento involuntario había desatado toda aquella locura. Porque eso era. No había otra forma de llamarlo.

Simple y necia locura. Después de todo, ¿qué persona normal y con el cerebro bien puesto trataba de ahorcarse a sí misma con su propia mano derecha solo por diversión?

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