Ángela
no era realmente una persona reservada.
Aunque,
por supuesto, muchos no estaban de acuerdo con eso. Y no solo no estaban de
acuerdo, sino que estaban convencidos de que era alguna especie de ermitaña o
de monja medieval. La mayoría de la gente, no obstante, en realidad no le daba
mayor importancia a ese hecho. Pero no faltaban aquellos que parecían notar cuán
diferente era Ángela.
Se
enteró de que su mejor amiga estaba embarazada por una foto en Facebook, mucho
antes incluso de que su propio novio lo hiciera. Se enteró de que su hermano
mayor había decidido marcharse de casa por un Tweet. Se enteró de que las matrículas
de la universidad iban a subir por un correo electrónico.
Y,
no faltaba menos, se enteraba de cada comida, pensamiento e intimidad de todos
sus conocidos con solo un click. A veces sentía unas irrefrenables ganas de
simplemente gritarles a todos esos subnormales que a nadie le importaba qué
comían, qué pensaban sobre el clima, qué canciones escuchaban o en qué página del
libro de Política iban. No obstante, su usual carácter taciturno le impedía
hacer algo así. Además, ¿qué conseguiría?
―Lo
que pasa es que no te adaptas a la modernidad ―solía decirle su hermano menor,
que, pese a no haber confesado intimidades por Internet, ocasionalmente
publicaba cosas como "Me fue hoy bien en el examen" o "Gran
tarde con los amigos".
Pero
Ángela sí se adaptaba a la modernidad. Utilizaba mejor que muchos todas las
herramientas de Internet ―quizás porque pasaba horas usándolas― y sabía
perfectamente cómo funcionaba el mundo. Era una chica curiosa, a la que le
interesaba conocer, leer, aprender y escuchar, pero a la que nadie había podido
convencerle de colocar qué color de blusa llevaba solo por ocio.
Solía
escribir bastante, por lo que entendía esa sensación tan humana y ridícula como
la de llamar la atención con algo propio. De sentirse querida y respetada. Eso
era absolutamente natural. Pasarse media hora modificando la foto de una taza
de café, para luego actualizar el estado con un "Estudiando duro! Vamos
que se puede!", no entraba dentro de sus categorías de normalidad.
Quizás
le faltaba algo de la chispa de la juventud. Quizás era que, pese a tener
Facebook ―y checarlo siempre por las notificaciones; nada más hermoso que
levantarse, revisar y enterarse de que no hay clases―, Twitter, Tumblr,
LiveJournal y un Blog activo, simplemente era diferente. No encajaba, aunque
usara lo mismo que todos. No pensaba, sentía ni actuaba igual al resto, aunque
pareciera que así era.
Por
supuesto, eso no siempre era bueno, pero su punto no era precisamente aquel. Su
punto era: ¿Cómo gente, perfectamente decente, inteligente, amable y divertida,
podía llegar a pensar que era interesante para CUALQUIERA el saber que no le
agradaban los plátanos orientales? Sin más. "Malditos platanos
orientales". Faltó un acento, gracias. ¿Y bien? ¿A quién le importa?
Serviría para una conversación casual, no para un estado de Facebook.
―Eres
una friki incomprendida. ―Su hermano menor solía tener sus chispas de
sabiduría, sin duda alguna. Quizás tuviera razón. Aunque seguía siendo irónico
que supiera cómo ser igual que el resto, pero simplemente no actuara como
ellos. Muchas veces le era imposible, claro, pero la mayoría del tiempo...
Simplemente se sentía estúpida imitándoles. ¿Qué iba a twittear? ¿Lo aburrida u
ocupada que estaba? ¿Y eso de qué serviría? Algunas veces tenía ideas
"originales" y las posteaba, era cierto, pero eso ocurría menos a
menudo que una visita del cometa Haley.
―¿Y
qué importa? Déjalos ser felices ―le había dicho una tarde de domingo, su
padre. Por alguna razón, siempre elegía los domingos para quejarse de esa clase
de comportamientos y su padre siempre era el receptor, mientras se fumaba un
cigarro y leía el periódico.
―Es
estúpido. ―También siempre respondía casi lo mismo.
―¿Y?
También haces cosas estúpidas, ¿verdad?
―Sí,
pero...
―Solo
que ellos sienten la necesidad de que el resto lo sepa.
Tenía
un punto, sin lugar a dudas, aunque seguía sin tener la tan ansiada
explicación. Tal vez no hubiera alguna: tal vez así simplemente fueran las
cosas, el correr de las eras, el avanzar de las sociedades. En lugar de hacer
lo que chicos de otras décadas hacían, pues... ahora se dedicaban a publicar en
Internet. Sonaba estúpido y hasta triste, pero ¿quién era ella para juzgar
perdedores?
Quizás
Ángela solo fuera "reservada", como todos le habían dicho. Eso
tendría sentido. Y sería casi consolador, si no fuera que "reservada",
no era sino un sinónimo elegante y delicado de "bicho raro".
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