Susurro: Borrón y cuenta nueva

lunes, 11 de marzo de 2013

Ella se levantó de su sillón y sonrió al escuchar el gimoteo desesperado de su prisionero, proveniente de unos metros más abajo. Se sirvió algo de vino y jugueteó con la copa mientras miraba por la ventana. Escuchó pasos detrás de sí, pero no se molestó en voltear.

―Ha confesado ―dijo el empleado mirando fijamente el suelo y temblando disimuladamente―. Tenía razón.

―Lo sé. ¿Recuperaste el esmalte? 

―Sí, señora.

El hombre no supo muy bien qué hacer a continuación, por lo que se quedó allí como estatua, concentrándose en controlar su respiración y en no apartar la vista de la madera pulida y resplandeciente del suelo. La mujer sonrió por lo bajo y decidió que podía permitirse ser piadosa por un momento.

―Puedes retirarte, Harald.

Él asintió con la cabeza, aunque ella no podía verlo y, entrechocando los talones a modo de saludo obligatorio, se marchó a paso rápido por el pasillo. Solo quería apartarse de ella lo más posible. Ya ni siquiera le molestaban los gritos de los prisioneros del sótano o el olor a sangre y excrementos que despedía el suelo durante noviembre, su mes favorito del año. Solo quería estar lejos de ella. 

Ella suspiró y apuró el vino de un trago. Todo sería mucho más fácil si algunas criaturas de este mundo aprendieran a respetarla. A no tomar sus cosas. A no mirarla de mal modo. A no negarle favores. A no rechazar sus avances. A no apartarse cuando ella se acercaba. Pero, como toda mártir, debía soportar aquello lo mejor que podía. Un último alarido de dolor salió arrancado del suelo y soltó una carcajada.

―Ay, mi querido Gabriel… ¿Por qué tuviste que tomar mi esmalte sin permiso? ―Su tono era tierno e íntimo, casi como si estuviera hablando cara a cara con un amante―. Debí castigarte. Pero no te preocupes… ya todo quedó en el pasado…

… «Y espero que podamos empezar de nuevo». La sangre lo lavaba todo. La mujer volteó y dejó la copa de vino encima de la mesa de caoba. El vestido negro que llevaba se le hacía algo sombrío para la ocasión ―era un día de fiesta, después de todo― y pensó en llamar al servicio de doncellas para que le trajeran una muda de ropa nueva.

No obstante, antes decidió que era tiempo de buscar una nueva presa para su sótano de juegos. Alguien insignificante y temporal, fácilmente rompible y desechable, que no fuera una pérdida demasiado grande. Un compañero de juegos durante aquel día de fiesta mientras Gabriel se recuperaba de sus crímenes. Sonrió y dijo para sí misma.

―Lo lamento, Harald. Pero no tema, luego todo quedará en el pasado, te lo aseguro… Y pronto podremos empezar de nuevo.

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