Susurro: Someday

domingo, 3 de marzo de 2013

Él siempre cree que está de pie, parado, quieto, incapaz de moverse y que en cinco años más seguirá en el mismo deprimente lugar en que ahora pasa la mayor parte de su tiempo. Puedo verlo, bebiendo en un rincón, pegando oreja a las discusiones y esperando que alguna llame su atención. Pero sé que también se equivoca.

Mientras sirvo las bebidas y me apresuro a atender a todos los clientes, sé que me está observando. Trago saliva y procuro evitar su mirada sombría y melancólica, que tanto me atrae y procuro distraerme con los balbuceos de tantos borrachos que allí se acumulan. Ninguno de los dos dice nada hasta que el bar está completamente vacío y, aun así, a veces tampoco.

Ese día, luego de despedir con palabras de ánimo a Don Juancho, el más viejo de los parroquianos, sé que algo ha cambiado. Él está de pie, firme en su postura, pese a todo lo que había bebido, y con una mirada llorosa en los ojos. Suavizo mi expresión, pero no me acerco.

―¿Cuándo vas a dejar de correr? ―me pregunta con un dejo de rencor en sus labios. 

No puedo evitar sonreír. Me acerco a él y lo rodeo con mis brazos, impidiéndole escapar mientras siento el aroma del vodka inundando mi nariz, junto con el suyo propio. Sé que había empezado a llorar y el corazón se me parte con tan solo pensarlo. 

―¿Cuándo vas a dejarme alcanzarte? ―vuelve a decir y yo permanezco en silencio por unos segundos mientras él solloza.

―Cuando entiendas que estamos en el mismo lugar.

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