Susurro: Actos de libertad

jueves, 16 de mayo de 2013

En cierto modo, Alejandra sabía que estaba siendo egoísta y estúpida. Una parte de ella incluso le reprochaba estar siendo vanidosa e infantil, pero realmente en esos precisos momentos no le importaba en lo absoluto. Al comienzo, había pensado hacerlo en la parada de micro al que caminaba todas las mañanas. Luego, en la entrada misma de la universidad. Definitivamente, hacerlo a solas en su casa era una opción que descartaba, porque, aunque no entendiera por qué y el odio que sentía contra sí misma le diera un nuevo latigazo, necesitaba una audiencia.

Cuando llegó el profesor, se sonrió y soltó un suspiro. Sentía miedo y ansiedad, pero también un alivio infinito que casi le empañaba los ojos de lágrimas. Su primer acto de libertad iba a ser absoluto e iba ser recordado por siempre. Había vivido toda su vida sometida a sus miedos, sus inseguridades, su familia, sus amigos, sus expectativas, sus pensamientos…

Tan cliché como podría sonar, el corazón le latía con fuerza y una sonrisa ansiosa se esbozaba en sus labios cuando sacó el arma de su bolso negro ―el mismo que había llevado desde la secundaria―, pidió permiso a sus compañeras para levantarse y sacó el seguro. Escuchó a alguien reírse y a muchos otros gritar. El profesor se quedó paralizado en su puesto, sin saber cómo reaccionar.

La sensación de poder era absoluta y, por un instante, Alejandra temió caer en la tentación de arrancarle la vida a uno de esos puntos que ahora la miraban con horror e incredulidad. Solo porque podía. Solo para saber cómo se sentía. ¿Qué podía perder? Sin embargo, el selectivo proceso que debía realizar para elegir al candidato al que asesinar era demasiado extenso para lo que pretendía.

Nadie dijo nada. O quizás ella ya no podía escucharlos. Levantó el arma, apuntando al azar, a una familia, una vida, una historia, recuerdos y vivencias, saboreando el poder que tenía para destruirlo todo en un solo segundo. Nunca se había sentido atraída por el poder. Incluso en ese momento, ebria de esa sensación de control, sabía que tenía la capacidad para retraerse y salvar la vida de un amigo o de un enemigo.

―No tienen idea de cuántas horas me he pasado fantaseando con esto ―susurró Alejandra con una sonrisa que mas parecía una disculpa. Bajó la mirada un segundo. No era tiempo de recuerdos o de proyecciones, de culpabilidades o de perdones. Alzó la vista con una mirada más oscura y se llevó el arma a la sien―. Lástima que no pueda ver cómo termina.

No escuchó gritos ni sintió dolor. Sí escuchó el disparo penetrando su oído y el aroma metálico de sus dedos manchados de sangre mientras caía al suelo. Parpadeó exactamente tres veces antes de golpearse contra el piso. Alejandra estaba sonriendo. Había sido su primer acto de verdadera libertad.

Y había sido glorioso.

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