Susurro: Desilusióname otra vez

martes, 5 de noviembre de 2013

Grita. 

Grita hasta que ya no tengas aliento.

O al menos inténtalo algún día. 

Sé que nunca lo harás. Porque estás encerrada entre tus propios barrotes. Además sé cuál es esa mirada. ¿No sería perder definitivamente? ¿No sería darle la razón a aquellos que odias? «Odias». ¿Lo haces acaso? No, es solo una hiel amarga, un ácido en tus labios que cultivas solapadamente con cada acto, con cada sonrisa, con cada genuina muestra de nobleza.

Atrévete a detestarlos, aunque sea por un segundo. Por romper las cenizas que te rodeaban. Por volver a encerrarte en la celda que tú misma construiste. Por atreverse a jugar cuando no era un juego. Por hacerte querer gritar y… No. No vuelvas ahí.

Pero tampoco te atreves a culparlos, porque el sentido de la justicia —bastarda palabra a la que te prendaste tan luego—, te hace entender que no debes buscar sombrar de culpa. Tienes alma de defensora. De oveja que protege lobos. De idealista que cobija indignados. De suicida enamorada de alguien que le teme a la muerte.

Mereces cada tropiezo. También yo lo hago. Ahora mira a tu alrededor. Húndete. Sumérgete. Aprieta los dientes hasta que tus pesadillas los rompan. Cierra los ojos y teme. Ahora ríete. Ríete de tu estupidez, de tu frivolidad, de tu egoísmo, de tu vanidad, de tu imperfección, de tus cicatrices, de tu sangre, de tu muerte. Ríete de todo y vuelve a comenzar.

Pero mientras rías, no olvides saborear la calidez de tus lágrimas. Lágrimas inútiles y lastimeras, de niña rota. De fracasos ardientes. No, no aprietes los puños ni te tientes demasiado. Sabes cuál es tu lugar. ¿Acaso ya lo olvidaste? 

Claro que no. No podrías. Es medianoche y no duermes, no por gallardos alardes de rebeldía, de normales revoloteos, sino en un vano intento de escapar a tus esperanzas. Es repetitivo, pero, ¿sabes? Es necesario. Decepción. Él se enamoró de una chica que escribía. Que escribía de verdad y que tocaba con sus palabras. 

Ahora no eres más que un manojo de letras pulcramente puestas una detrás de otra. Vacía. Cáscara inutilizada. Pero no llores, pequeña, no reabras tus heridas, no grites. Escribe. Escribe. Escribe. Escribe.

Y olvida que le has fallado.

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