Brisa de malas metáforas

lunes, 2 de febrero de 2015

Ella se sentó en el borde de la ventana y dejó que el viento fresco soplara, alborotándole el pelo. Todo sabía a noche. A libertad, después de todo. Podía ver las luces a lo lejos y sonrió, preguntándose si durante las noches él vería lo mismo. Si quizás encendería un cigarrillo, sonreiría con la misma sonrisa de no, gracias y de no me entiendes y quizás miraría las luces. Solo, igual que ella. 

—¿Dónde estás? —preguntó. Fue solo un susurro. Quizás hasta se lo había imaginado. Pero sonó bonito allí donde nadie más podía oírlo. En especial él. Las luces parpadeaban a su alrededor, pero no le decían nada. Nada ya parecía decirle nada últimamente. Olía a verano y a calor y a despedidas. Se rio de su metáfora mental, porque, en el fondo, como toda metáfora manida, como todo cliché mental y toda sonrisa torcida en la noche… era cierto. Febrero era el ciclo de los secretos. De los te quiero hechos dibujo y de los no soy quien crees hecho silencio. Se disfrazaba de primavera, pero solo era verano. Solo era calor y envidias de invierno.

Y de metáforas

Y todo era él y él y él, aunque no lo quisiera, aunque lo reconociera, aunque lo evitara. En el fondo, siempre había sido sobre él y sobre ellos. Y sobre ella y sobre escribir. Se rio cuando pensó en cómo sería poner todo eso por escrito. Sería gracioso y triste. Estúpido, porque nadie lo entendería y tendría esos aires pretenciosos de la poesía, de decir y no decir, de sonar profundo cuando el asunto era simple. Ella lo extrañaba. Y lo quería. Pero las cosas no eran simples, aunque la vida fuera bastante simple. Pensó en la carta que nunca le mandó y en las cartas que él dejó de escribirle. Y volvió a mirar las luces.

Se dedicó a soñar por un minuto que él también las veía. Que él estaba allí, con la barba desastrada, el cabello de vagabundo y el cigarrillo en la boca. Le sonreiría, desviaría la mirada, se tropezaría con sus palabras y no reconocería nunca que ella decía la verdad. Se reiría de ella y dejaría que ella se riera de él. O quizás se quedaría callado, observando las luces con ella, fumando, con palabras en la cabeza y recuerdos sin contrato. O quizás nada. 

Ella bajó la cabeza y él desapareció. Solo por un segundo, porque había alquilado de forma indefinida un cuarto en su memoria y un taller en sus pensamientos. Era un vago que se tiraba en el colchón de su mala poesía y que se dedicaba a retorcer sus promesas con una sonrisa rota, triste, de cuentos sin título. 

—Sí, ¿dónde estás? —repitió ella, pero esta vez sonreía. Porque nunca se había ido, aunque estuviera lejos. Porque todo era él y todo era ella y todo era ellos y ninguno de los dos. Y era palabras tontas y rebuscadas figuras enlazándose en sus carcajadas.

Ahora era solo verano y ella estaba mirando la noche. 

Olía a malas metáforas. Olía a verano.

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