Lo que callan los dioses cuando aúlla el viento - III

domingo, 31 de mayo de 2015


Izbraj soñó con el fuego. Ardía en sus pies, en su espalda, en su rostro. El viento tronaba y soplaba y destruía la cosecha y volaba los caballos, que se perdían en el horizonte blanco. Soñó con las rocas del oeste rodando por un risco. En un cuerpo cortado a la mitad que le sonreía con la mirada de su padre y los ojos de un niño cazador. Pero luego Izbraj sentía frío y un hombro le dolía con cada respiro. Jadeó mientras veía la nieve caer en la estepa. El fuego había desaparecido y no sabía si el dios sueño se había marchado o quizás si todo lo que veía no eran los campos eternos de la muerte. Quizás así fuera, porque había cuerpos destrozados en la nieve por todas partes. Uno de ellos no tenía ojos y estaba rodeado de aves que graznaban con las plumas ensangrentadas. Pero no estaba su madre. Ni tampoco su padre. Solo la muerte pútrida, gélida, presente.

El fuego y la nieve parpadearon mientras un sudor doloroso le caía por la cara. El rostro de un hombre con dos cicatrices en los ojos le sostuvo la mirada. Viejo. Con una barba mal recortada. Algo olía a caballo y a fuego.

—Descansa, cachorro —le dijo el viejo. Sus palabras sonaban demasiado suaves, ponía demasiado énfasis en las eses, pero el niño le entendió—. Si mueres ahora, solo alimentarás a los perros. Y cuando llega el invierno, nunca hay suficiente comida…

Izbraj volvió a soñar con el fuego. Y con lenguas que no conocía, que sonaban ásperas y frías, breves. Y también alargadas, suaves, musicales, como la de los viajeros de piel blanca y ropas oscuras. Gritaban y corrían, pero las flechas siempre los alcanzaban. Sangraban por los ojos y caían al suelo. Los perros luego gruñían con el hocico lleno de carne y de órganos vivos. Izbraj sudaba y gritaba, pero no dejaba de soñar. Un monstruo de piel curtida y ojos oscuros se acercó desde una altura imposible.

—¿Está muerto? —preguntó.

—Todavía no —contestó el viejo y tocó una extraña cruz plateada que llevaba atada al cuello con una cuerda deshilachada.

—Más le valdría —agregó un tercer monstruo de ojos pequeños, rasgados y facciones afiladas. Uno de sus ojos parecía en llamas—. Pero los chamanes lo advirtieron. Nuestras flechas chorrearán sangre sobre la estepa… pero sobrevivirá un cachorro. Y un cachorro será quien destruirá luego los colmillos rancios del enemigo.

—Es solo un niño campesino —señaló el viejo. Parecía cansado y pequeño al lado de los dos monstruos, pero en ningún momento apartó la mirada de ellos—. Si no sobrevive… 

—El cachorro sobrevivirá. Kolyok. Cachorro. —El primer monstruo se llevó una mano a la cintura y giró los ojos. El viejo se estremeció—. Puede entrenar con los escitas y borgoñones cuando se recupere…

Izbraj cerró los ojos. Un perro se asomó en su mente y aulló con un gemido doloroso, pero apenas perceptible. Los labios del niño sabían a aceite, a cereal y a carne quemada. Su padre estaba cepillando un enorme caballo negro cubierto de ojos pegajosos. Los cascos resonaban por toda la cabeza de Izbraj. 

Vive —dijo su padre. Solo había sangre en las cuencas de sus ojos, pero estaba sonriendo—. Vive.

«Vive, vive, vive».

—Veo que ya estás despierto. 

Izbraj apretó los dientes al notar que algo punzante le clavaba la espalda y se removió en el suelo con la vista desenfocada. Un hombre viejo de piel clara lo estaba observando a su lado, pero no hizo ningún gesto mientras el niño intentaba levantarse. El viento soplaba con fuerza e Izbraj notó que estaba nevando. La estepa aullaba y la piel que cubría la tienda se agitaba con el frío que azotaba desde todas partes.

Izbraj logró sentarse y se enjuagó el sudor del cuello y de la cara. Jadeó y notó que un trapo limpio y apretado le cubría el hombro y parte del pecho. Mover el brazo o moverse en general le dolía  y se dobló en una arcada varias veces antes de acostumbrarse a la sensación. Sus pies estaban tibios y alguien le había dado ropa nueva. Olía a caballo.

—¿Quién…?

—Bébete esto —dijo el viejo y le acercó un cuenco brillante lleno de un líquido aromático caliente. El niño pensó en tirarlo al suelo. Algo le ardía dentro del pecho y le apretaba los pulmones. Algo que le daba ganas de gritar y de echar a correr. Pero tenía el cuerpo débil y las manos le temblaban, así que tomó el cuenco y empezó a beber el líquido a pequeños sorbos—. Te lo puedes quedar si quieres. —El niño frunció el ceño, sin decir nada—. El cuenco. Es de plata. Es tuyo si lo quieres, Kolyok.

«Cachorro». El líquido le quemó la garganta. O quizás fue la rabia.

—Mi nombre es Izbraj —espetó y tiró el cuenco vacío al suelo. El movimiento brusco hizo que un dolor cosquilleante se expandiera hasta la punta de sus dedos. Apartó la mirada y se tomó el hombro con la mano libre—. Mi nombre es Izbraj.

—¿Elegido? —preguntó el viejo. El niño bajó la cabeza y no respondió. Se enjuagó las lágrimas con la mano. El viento afuera sopló con más fuerza—. Ya no vives en una aldea en la nieve, muchacho. Igual puedes quedarte con el cuenco. —Hizo una pausa y se rascó la barba—. Si te recuperas, te quedarás con nosotros. —El niño siguió con la cabeza agachada—. Los extranjeros —El viejo se levantó e Izbraj se dio cuenta de que llevaba un enorme escudo de madera y metal. El hombre se dio cuenta y le sonrió—. Es un derecho natural el alimentar el alma con venganza. Eso dice el Rey. Quizás algún día lleves uno de estos y seamos nosotros los postrados en la nieve. Que Dios te guarde, Kolyok.


Izbraj-Kolyok soñó durante dos semanas más con el fuego. El dolor iba y venía, como los cuerpos cortados o los monstruos montados en caballos blancos. Dejó de despertarse con el olor a carne carbonizada y el sabor del aceite. El viejo venía todos los días para ofrecerle el líquido caliente en el cuenco de plata. Luego empezó a traer restos de carne asada y rábanos congelados. Izbraj-Kolyok recuperó el color de su  rostro oscuro y sintió cómo el dolor de la flecha de piedra se trasladaba de su hombro a su pecho y de su pecho a sus ojos. Afuera solo alcanzaba a ver el horizonte infinito de nieve. A veces se quedaba mirando la estepa. La miraba hasta que creía notar el humo junto al bosque. El humo entre las ruinas. El humo que los dioses no habían disipado. El niño se tocaba el hombro y era como si el fuego que había arrasado su lecho y su cosecha quemara en su estómago. 

—Avanzaremos cuando caiga la noche —dijo una voz de pronto. 

Izbraj-Kolyok vio que el monstruo se había acercado a su tienda. Era más alto que el viejo monje y tenía la piel oscura como la suya propia. Una enorme espada colgaba de su cinto, pero en sus vestimentas nada brillaba y su capa estaba sucia y cubierta de nieve. Como todo en el campamento, olía a caballo. También a sangre. El niño lo miró sin saber qué responder. El Rey sonrió y miró el lugar cubierto de tiendas golpeadas por el viento. 

—¿Sabes montar un caballo? —preguntó el Rey sin mirarlo.

—No… 

—Aprenderás.

—Sé cuidarlos —mintió Izbraj-Kolyok y se levantó, aunque mantuvo la cabeza agachada.

—Bien. —El Rey volvió su mirada hacia él y le sonrió. Era una sonrisa fría y feroz. Si un lobo negro pudiera sonreír, el niño estaba seguro de que lo haría de esa manera—. El santo te ha cuidado bien, ¿no? 

El niño asintió, pero esta vez apretó los puños. El Rey lo notó y soltó una carcajada.

—Guarda tu odio hasta que seas lo bastante alto como para matar un hombre, cachorro —dijo y apoyó la mano en el hombro vendado. El niño apretó los dientes, reprimiendo un bufido de dolor—. Cuando hayas tenido sangre en tus dedos, cuando tu caballo aplaste los huesos de tus enemigos… serás capitán de alguna de mis huestes. Y conocerás el verdadero sabor de la venganza. —El Rey hizo girar sus ojos con ferocidad y acentuó su sonrisa. El niño bajó la vista y oyó cómo se alejaba. 

«Aprenderás», había dicho el Rey. No lo había decapitado ni había aplastado sus huesos bajo las patas de su caballo o de su carro de madera.

«Aprenderás». A guerrear. A sobrevivir en la estepa y seguir el aroma de la sangre. A ser un perro de caza. 

«Aprenderás». 

Vive.

Kolyok miró la estepa de nuevo. Un lobo aulló en la lejanía. Y allí no había nada más que un campamento y un cachorro herido mirando la nieve.

1 comentario:

  1. Ala! No me imaginaba que continuase así la historia. Me gusta el "cachorro" que dicen.
    Sigo! :)

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